El dodo (raphus cucullatus) era un ave endémica de la isla de Mauricio que se extinguió a finales del S XVII. Incapaz de volar, su tamaño era mayor que el de un pavo doméstico. Cuando los europeos se asentaron en Mauricio en el siglo XVI el dodo llevaba miles de años en la isla, a donde sus antecesores, parientes de las palomas, habían llegado procedentes del continente gracias a que eran más pequeños y ligeros, tenían alas largas y podían volar.
Lo que los antepasados del dodo encontraron en Mauricio debió parecerles un paraíso. Un lugar con un clima propicio, comida en abundancia, tranquilidad y seguridad. No había mamíferos herbívoros que compitiesen con ellos por los recursos de la isla, ni depredadores que representasen una amenaza. En aquel edén no tendrían que hacer grandes esfuerzos para conseguir alimentos ni pasarse el día en alerta permanente a la espera del siguiente ataque de la alimaña de turno.
Con el paso de los siglos la evolución fue haciendo de las suyas y la anatomía del dodo se fue adaptando a su nuevo entorno. Adquirió la capacidad de acumular grasa en su cuerpo durante la temporada en que las plantas de la isla daban su fruto para utilizarla luego como reserva en los meses en que había menos alimentos. Su cuerpo se hizo mas grande y pesado, su pico aumentó de tamaño para adaptarse a su nueva dieta, que incluía algunos cangrejos, y sus alas se atrofiaron. Total, no había nadie de quien escapar… De este modo el dodo perdió el don de volar al tiempo que dejó de anidar en los arboles para hacerlo en el suelo.
Siguieron pasando los siglos hasta que a finales del XVI colonos holandeses se asentaron en la isla y el delicado equilibrio que sostenía su ecosistema saltó por los aires. Los buques que recalaban en Mauricio encontraron en la caza del dodo una forma fácil de aprovisionarse de grasa y proteínas para enriquecer la dieta de sus marinos, aun a pesar de que su carne fuese un tanto insípida. Porque el dodo era un pájaro muy fácil de cazar. Aparte de no saber volar, no había visto nunca al ser humano en acción, así que no huía ni se escondía de los cazadores. Además, al ser tan grande, unos pocos dodos eran suficientes para dar de comer a toda la tripulación de un barco.
Junto a los humanos en los barcos también llegaron perros, cerdos, gatos, ratas, monos; especies no autóctonas que desequilibraron todavía más el ecosistema de la isla. Algunas de estas especies comenzaron a competir con el dodo por los mismos recursos, cuando no se comían sus huevos o sus crías. Y por si fuera poco a todo esto se añadió un proceso de deforestación acelerada de la isla que diezmó algunas de las especies vegetales que formaban la base alimenticia del dodo.
El caso es que los cambios provocados por la llegada de los invasores a la isla fueron demasiado rápidos y demasiado radicales, tanto que el dodo no pudo adaptarse a la nueva situación. Así fue como, en poco menos de cien años, esta ave, que durante siglos había vivido tranquilamente en un hábitat aparentemente paradisiaco, desapareció de la faz de la tierra.
Resulta paradójico que fuesen precisamente los cambios que experimentó la especie para adaptarse a un entorno sin amenazas los que pusieron en riesgo su supervivencia cuando el escenario se transformó de forma abrupta a raíz de la llegada de los colonos. Creo que sí yo hubiese sido el último dodo me habrían entrado ganas de maldecir el día en que mis antepasados decidieron emigrar a aquella isla en apariencia tan segura, o cuando menos su incapacidad de anticipar que esto o algo parecido acabaría sucediendo. ¿Qué habría pasado si hubiéramos continuado dándole a las alas, aunque solo fuese como un juego? ¿Cuál habría sido el futuro de nuestra especie si hubiésemos conservado la tradición de anidar en las copas de los árboles o en acantilados inaccesibles? ¿Y si hubiéramos cuidado un poco más nuestra dieta? Claro que los dodos eran animales, y los animales no piensan esas cosas…
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