Las interacciones internacionales, aunque importantes, no lo son tanto como generalmente pensamos. Así lo confirman datos como que las llamadas internacionales solo signifiquen un 2% del total del tráfico telefónico mundial, que los inmigrantes de primera generación apenas representen un 3% de la población del planeta, que únicamente un 7% de los máximos ejecutivos de las 500 mayores compañías del mundo sean nacionales de un país diferente al de origen de su empresa, o que las exportaciones solo supongan un 20% del PIB mundial.
Y si el mundo en general está poco globalizado, España lo está aún menos, en particular por lo que se refiere a sus flujos comerciales con el extranjero. Es bastante triste que en el DHL Global Connectedness Index de 2011, nuestro país aparezca en el puesto 101 de entre 125 países analizados. Aunque, visto en positivo, este resultado también puede interpretarse como que los mercados exteriores representan para nuestras empresas una enorme fuente de oportunidades por explorar.
La cuestión es que, dejando a un lado el turismo, seguimos siendo una economía principalmente doméstica, y esto no es de ninguna ayuda para salir de la crisis. A este respecto resulta revelador comparar la evolución de los costes laborales unitarios y la productividad en España y Alemania en los últimos años. Durante el período 1995 – 2011 los costes laborales unitarios en ambos países crecieron prácticamente al mismo ritmo, pero no así su productividad. Mientras en Alemania la productividad crecía más rápidamente que los costes laborales, en España sucedía justo lo contrario. La diferencia hay que buscarla en tecnología e innovación, desde luego, pero también en que Alemania es una economía exportadora.
Competir en mercados internacionales es un incentivo para esforzarse por innovar, lograr una mayor eficiencia tecnológica y un crecimiento más rápido de la productividad. También es una forma de exponerse a nuevas técnicas o de probar soluciones diferentes, y se ha comprobado que una mayor conectividad comercial incrementa la rapidez con que en un país nuevas empresas eficientes reemplazan a otras ineficientes. De hecho, las empresas españolas que han logrado aumentar su productividad durante estos años han sido principalmente empresas que compiten en mercados exteriores.
Es por eso que en estos momentos de crisis una mayor integración comercial con el resto del mundo debería ser un imperativo estratégico para España. Porque es una forma de forzar un cambio en la forma en que todavía compiten muchas de nuestras empresas y de incrementar nuestra productividad sin que sea a costa del empleo, tal como sucede actualmente. Ante este desafío las Administraciones tienen la responsabilidad de establecer un marco que facilite la renovación del tejido empresarial, sin perder de vista que son empresarios y directivos –y no precisamente los de las empresas grandes– quienes con sus decisiones pueden pilotar este cambio.
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