En un mundo donde las empresas necesitan colaboradores que sepan, pero sobre todo que aprendan, debería ser habitual que los entrevistadores preguntasen a los candidatos que entrevistan acerca qué, cómo, cuándo, dónde, con quién y por qué aprenden. Sin embargo, ¿cuándo fue la última vez que en una entrevista de trabajo os preguntaron algo así?
En un entorno laboral que evoluciona a un ritmo cada vez más rápido una mayor parte de nuestro trabajo consiste en aprender cosas nuevas. De esta forma trabajo y aprendizaje ya no sucedan en momentos distintos o en lugares distintos, sino que ocurren de forma simultánea en el espacio y en el tiempo. Como argumenta Harold Jarche hoy el trabajo es aprendizaje y el aprendizaje es trabajo. Y todo apunta a que mañana lo será todavía más.
Ahora todo es mucho más complejo y las soluciones a los problemas no son siempre evidentes. Tanto es así que en numerosas ocasiones no basta con el cerebro de una persona para resolverlos. Por eso las empresas adoptan fórmulas de trabajo colaborativo en red, se preocupan de potenciar la llamada «inteligencia colectiva» y buscan fórmulas para aprovechar el conocimiento que existe más allá de los límites de la organización, que siempre será más que el que hay dentro de la empresa, por muy grande y especializada que sea ésta.
Afortunadamente, en un mundo conectado no es tan importante acumular conocimiento como tener acceso al mismo. Gracias al desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones ya no tenemos por qué guardarlo todo en nuestro cerebro. Hoy tenemos la posibilidad de «almacenar» conocimientos y experiencias en «la nube», y, lo que aun es mejor, también podemos usar la mente de otras personas como «unidades de almacenaje» de información y conocimiento. Todo es cuestión de saber construir y gestionar redes de relaciones que nos permitan acceder a ese conocimiento cuando sea necesario.
Por eso hoy el aprendizaje se entiende como un proceso eminentemente relacional y no tanto como el resultado de una actividad individual. Porque en un mundo en red, en continua transformación, y donde la información es un recurso abundante, son tantas las cosas por aprender y tantos los cambios que necesitamos interpretar que difícilmente tendremos éxito actuando en solitario.
De ahí que las empresas muestren un mayor interés en reclutar personas con conocimientos y habilidades diferenciales, pero también que deban prestar más atención a su capacidad de aprendizaje y a su inteligencia interpersonal, dos factores que influyen directamente en la agilidad de una organización ante cambios del entorno. Sin embargo, ¿no os da la sensación de que en los procesos de selección de nuevos empleados estas cuestiones a menudo pasan a un segundo plano?
Por otro lado, no debemos perder de vista que vivimos en un entorno saturado de información. Es fantástico que la información ya no sea un recurso escaso, y que toda la que necesitamos la tengamos en la red, a muy pocos clics de distancia. Sin embargo, esta circunstancia también esconde peligros. Corremos el riesgo de desorientarnos, ya que es fácil dar por buena una información mala, o considerar relevante una que no lo es, o dejarnos llevar por la corriente de las modas. Pero también existe el riesgo de quedarnos paralizados ante la dificultad de procesar y encontrar significado a los enormes volúmenes de datos a los que hoy tenemos acceso.
Por eso es fundamental que cultivemos tanto la habilidad de reconocer una necesidad de información, como la capacidad de buscar, identificar, localizar, interpretar, evaluar, organizar, comunicar y utilizar esa información de forma eficaz. Es lo que los especialistas en educación denominan «competencia informacional», una dimensión de la competencia digital por la que tampoco me parece que los reclutadores, en general, demuestren mucho interés.
Al mismo tiempo, surgen nuevas formas de enfocar el aprendizaje, a la medida de unos profesionales que deben pilotar sus carreras en un entorno volátil e incierto donde lo más importante no es lo que saben hoy, sino su habilidad de aprender lo que les hará falta mañana. Un ejemplo son los llamados entornos personales de aprendizaje (EPAs). Dos expertos en este campo, los profesores Adell y Castañeda-Quintero, los definen como «el conjunto de herramientas, fuentes de información, conexiones y actividades que cada persona utiliza de forma asidua para aprender», pero la característica más diferencial de este enfoque es que es la persona quien protagoniza y dirige su aprendizaje, establece sus objetivos, identifica sus fuentes, gestiona contenidos, y despliega redes de relaciones con otras personas con y de las que aprender.
Estamos, pues, ante una cuestión que puede aportar mucha información a un entrevistador acerca de cómo una persona responde a algunas de las principales tendencias que observamos en el entorno laboral: Carreras profesionales autogestionadas; empresas que demandan talento «just-in-time»; un mercado de empleo más dinámico y competitivo; un sistema académico al que le cuesta seguir el ritmo de un mercado laboral que se transforma; el fenómeno 2.0, que ha posibilitado que Internet no solo sirva para acceder a contenidos, sino que todos podamos convertirnos en productores de esos contenidos; o el desarrollo de las comunicaciones móviles, que nos permiten aprender en cualquier momento y desde cualquier lugar. Y sin embargo, ¿a cuántos de vosotros os han pedido alguna vez en una entrevista de trabajo que explicarais qué, cómo, cuándo, dónde, con quién y por qué aprendéis?
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