Atentados terribles como los sucedidos en París en los últimos días nos abren los ojos a una realidad incómoda: gran parte de los terroristas detenidos por actividades yihadistas en nuestro continente son ciudadanos europeos. Entre ellos hay inmigrantes de primera y segunda generación, y también gente de aquí “de toda la vida” que, por algún oscuro motivo, se han dejado seducir por esos grupos extremistas.
Esta inquietante realidad debería llevarnos a reflexionar sobre qué parte de responsabilidad nos corresponde como sociedad.
¿En qué medida que hoy tengamos el enemigo en casa es consecuencia de habernos pasado años mirando a otra parte mientras la sociedad se polarizaba, surgían guetos en las ciudades, crecía la desconfianza de los ciudadanos en el “sistema”, y el desempleo y el fracaso escolar se cebaban en los colectivos de los que provienen muchos de esos fanáticos?
¿Hasta qué punto hemos contribuido con nuestras acciones, o nuestras omisiones, a crear un caldo de cultivo de ignorancia y resentimiento que ha hecho posible que en pleno siglo XXI ciudadanos europeos abracen creencias que les llevan a matar y a morir matando en nombre de su dios y su califa?
Estamos en guerra, ha declarado el Presidente Hollande. Una guerra contra un enemigo invisible que ha conseguido que el espejismo de seguridad en el que vivíamos haya saltado por los aires. Sentimos miedo, incertidumbre, desconfianza por el que es diferente. Prevención. Alerta. Es la reacción natural. Sin embargo andemos con ojo. Como ya se han encargado de advertirnos estos días expertos en el tema, eso precisamente es lo que buscan esos asesinos.
Este es el motivo por el que necesitamos seguir haciendo nuestra vida normal, superar nuestros miedos y evitar caer en el juego de quienes estarían encantados si la actividad económica se ralentizara, creciese la animadversión hacia las comunidades musulmanas o se produjesen brotes de violencia racista en nuestras ciudades.
Al mismo tiempo pensemos qué podemos hacer desde el sistema educativo, las administraciones públicas, las empresas y la sociedad civil en general para desactivar esa “bomba de relojería”, acabar con las condiciones que han favorecido la aparición de este fenómeno y facilitar la integración de unos inmigrantes que en muchos casos necesitamos para reequilibrar nuestras maltrechas pirámides demográficas.
Entendamos que aunque las intervenciones policiales y militares son sin duda imprescindibles para combatir a estos grupos terroristas, la libertad, la igualdad y la fraternidad que quieren arrebatarnos esos fanáticos son nuestras mejores armas para derrotarlos.
Imagen Jeanne Menjoulet bajo licencia Creative Commons