Pocos días antes de que los tiroteos en dos mezquitas en Nueva Zelanda fuesen retransmitidos en directo a través de Facebook para luego propagarse por diferentes servicios en la red, y de que en Estados Unidos el Comité de Seguridad Nacional del Congreso citase a los primeros ejecutivos de Facebook, Twitter, Microsoft y YouTube para que den explicaciones sobre cómo gestionaron esta crisis y sobre qué tienen pensado hacer para controlar más sus contenidos, The Verge publicaba un reportaje de Casey Newton que deja al descubierto el impacto que este trabajo de “moderador de contenidos online” tiene sobre la salud psicológica de algunas de las personas que se dedican a ello.
De hecho, más que descubrir una novedad, lo que revela el reportaje de Newton es lo poco que han mejorado las cosas para este colectivo de trabajadores, al menos en este aspecto, desde que hace cinco años Adrian Chen publicase en Wired un artículo sobre este mismo tema en el que denunciaba las condiciones laborales que sufrían los trabajadores de empresas subcontratadas por los gigantes de Silicon Valley para realizar este trabajo, en aquel caso desde Filipinas.
En su reportaje en The Verge, que trata el caso particular de una empresa en Arizona que Facebook utiliza para realizar estas tareas, Newton critica algunas de las condiciones laborales de los trabajadores de esta compañía como los constantes cambios y falta de concreción de los criterios que deben seguir para rechazar o no un contenido, la discrecionalidad del sistema de evaluación utilizado para determinar la calidad de su trabajo o los exigentes acuerdos de confidencialidad que se ven obligados a firmar.
Sin embargo, lo que más impacta del reportaje, con mucha diferencia, son los casos que ilustran el peaje emocional que acaban pagando algunos de los trabajadores que se dedican a esta actividad, decenas de miles en todo el mundo, como consecuencia de su exposición prolongada a ciertos tipos de contenidos. Hay casos de personas que acaban sufriendo sentimientos de aislamiento, ansiedad severa o estrés postraumático, otras cuya vida sexual se ve afectada por horas seguidas viendo pornografía y otras que, como consecuencia de su exposición a contenidos conspiratorios o negacionistas, terminan creyéndose este tipo de teorías o adoptando comportamientos paranoides.
Hablamos, por tanto, de un tipo de trabajo de la máxima importancia para nuestra sociedad, pero que debido al riesgo que supone para las personas que lo realizan sería deseable que fuese llevado a cabo por un software de inteligencia artificial en lugar de por humanos. El problema es que esto es algo que es difícil que suceda a corto plazo dada la complejidad de estos trabajos –entran en juego muchos factores culturales, idiomáticos y de contexto– y el actual nivel de desarrollo de esas tecnologías, con lo que hasta que llegue ese momento la prioridad tiene que ser garantizar que las empresas que se dedican a esta actividad disponen de los mecanismos para que este tipo de trabajos, hoy por hoy tan necesarios, supongan el menor riesgo posible para la salud psicológica de quienes los desempeñan.
Un riesgo más a sumar a la ya larga lista recogida en el informe sobre los “riesgos emergentes en materia de seguridad y salud en el trabajo asociados con la digitalización para 2025”, elaborado en 2018 por la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, que, entre los principales desafíos en materia de seguridad y salud en el trabajo vinculados al fenómeno de la digitalización, destaca los siguientes:
- El potencial de la automatización para eliminar a los humanos de entornos peligrosos, pero también para introducir nuevos riesgos, particularmente influenciados por la falta de transparencia de los algoritmos subyacentes y por las interfaces hombre-máquina.
- Factores psicosociales y organizativos derivados de los cambios que los avances tecnológicos pueden impulsar en los tipos de trabajo disponibles, el ritmo de trabajo, en el cómo, dónde y cuándo se hacen esos trabajos, y en cómo se gestionan y supervisan.
- Un aumento del estrés laboral, particularmente como resultado de una mayor monitorización de los trabajadores, la disponibilidad permanente, los límites borrosos entre trabajo y vida privada y la economía de plataformas.
- Un incremento de los riesgos ergonómicos debido a un aumento del trabajo online y del uso de dispositivos móviles fuera de las oficinas.
- Aumento del trabajo sedentario, asociado con obesidad y enfermedades no transmisibles, como las enfermedades cardiovasculares y la diabetes.
- Riesgos relacionados con la ciberseguridad, debido a una mayor interconexión entre las cosas y entre las personas.
- Aumento del número de trabajadores tratados (de manera correcta o incorrecta) como trabajadores por cuenta propia, que podrían quedar excluidos de ciertas reglamentaciones en materia de seguridad y salud laboral.
- Modelos de negocios y jerarquías de empleo cambiantes debido al aumento del trabajo online y flexible y la introducción de soluciones de gestión algorítmica e inteligencia artificial.
- Pérdida de control de los trabajadores sobre sus datos, problemas de protección de datos, problemas éticos, desigualdad de información respecto a cuestiones de seguridad y salud en el trabajo, mayor presión sobre el rendimiento de los trabajadores.
- Trabajadores que carecen de los conocimientos y las habilidades necesarias para poder utilizar las nuevas tecnologías y hacer frente al cambio.
- Cambios de trabajo más frecuentes y vidas laborales más largas.
Una larga lista que refleja como el desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones impulsa cambios rápidos no solo en las herramientas utilizadas en el trabajo sino también en el propio contenido del trabajo, las estructuras organizativas, las jerarquías y las relaciones profesionales, y como todos estos cambios traen consigo, a su vez, nuevos desafíos en materia de seguridad y salud laboral, algunos de los cuales todavía desconocemos.
Unos desafíos ante los que será necesario articular y poner en práctica estrategias como las propuestas por la agencia europea en ese mismo informe, entre las que cabe destacar el desarrollo de un marco ético y códigos de conducta para la digitalización; un enfoque de “prevención a través del diseño” que integre a los trabajadores en el diseño de las soluciones; una mayor colaboración entre la academia, industria, interlocutores sociales y gobiernos en proyectos de investigación e innovación tecnológicos para que se tengan debidamente en cuenta los aspectos humanos; una mayor participación de los trabajadores en la implantación de las estrategias de digitalización; evaluaciones avanzadas de riesgos en los lugares de trabajo, utilizando para ello las oportunidades sin precedentes que ofrecen los avances tecnológicos, pero considerando también todos los desafíos que se derivan de esas novedades; un marco regulatorio para determinar las responsabilidades de seguridad y salud laborales en relación con los nuevos sistemas y las nuevas formas de trabajo; y un sistema educativo adaptado al nuevo escenario, además de una mayor formación para los trabajadores.