La semana pasada regresando de Lisboa en un vuelo de TAP Portugal, mientras hojeaba la revista de abordo, me llamó la atención un artículo de Gonçalo M. Tavares donde menciona la curiosa prueba atlética que organizó Paul Erdös entre sus colegas matemáticos con ocasión de un congreso celebrado en Poznan (Polonia) en 1989.
Las reglas de la competición eran bastante peculiares: Los atletas-matemáticos darían un número aleatorio de vueltas a un circuito. En el momento de la salida Erdös lanzaría un dado, y el número que saliese sería la cantidad de vueltas que inicialmente deberían dar a ese circuito. Sin embargo, el componente aleatorio no acababa ahí. Cuando los participantes en la prueba estuviesen a punto de completar ese número inicial de vueltas, Erdös lanzaría de nuevo el dado, que decidiría cuantas vueltas más tendrían que correr antes de acabar la prueba.
Nada dice Tavares sobre qué números salieron en los dados, ni acerca de la reacción de los congresistas-corredores frente al resultado de la primera tirada, ni sobre su comportamiento mientras corrían en calzón corto la primera parte de la prueba, ignorantes de qué número saldría en la segunda tirada y, por tanto, de cuál sería la distancia total que acabarían recorriendo. Imagino, no obstante, que habría algunos más conservadores que irían a un ritmo que les permitiese acabar la carrera con comodidad, incluso en caso de que en el segundo lanzamiento el dado señalase un seis; pero también otros que se la jugarían y marcharían a un ritmo más vivo, confiando en ese 50% de probabilidades de que en la segunda tirada saliese un tres o un número menor.
Me pregunto también qué habría pasado si Erdös les hubiese informado de antemano a sus colegas de su intención de organizar semejante carrera. ¿Cómo se habría entrenado cada uno? No sabemos cuál era la longitud del circuito, tan solo que, en el peor de los escenarios, los participantes acabarían dando seis veces más vueltas que en el supuesto más favorable. En cualquier caso, como carreras de diferentes distancias se entrenan de diferentes maneras, creo que observando la forma de prepararse de cada uno podríamos haber llegado a interesantes conclusiones sobre su capacidad de análisis, su racionalidad, su forma de tomar decisiones en la incertidumbre o su tendencia al riesgo.
El caso es que la carrera de Erdös me ha parecido una buena metáfora de la situación que muchas organizaciones viven hoy en día. Por mucho que el mundo se haya vuelto mucho más volátil y complejo y, por tanto, más imprevisible, venimos de un entorno donde nuestra experiencia pasada nos permitía anticipar qué sucedería en el futuro y esto se refleja, entre otras cosas, en el modo en que seguimos haciendo nuestras previsiones. Probablemente utilicemos indicadores que nos hablen de lo que ha sucedido en el pasado, y puede que también de lo que está ocurriendo en el presente, pero rara vez incluimos otros que nos alerten de que cosas podrían pasar más adelante (¿quién, cuándo, y dónde podría «tirar de nuevo los dados»?). También debemos tener cuidado con como gestionamos nuestros recursos, en particular con cualquier decisión que limite nuestro margen de maniobra en el futuro. Podemos correr “a tope” durante las primeras vueltas, pero, ¿de qué nos sirve si en la segunda tirada sale un seis y nos encontramos con que nos hemos quedado sin fuerzas suficientes para recorrer la distancia restante? Como ya hemos comentado en anteriores entradas hoy las organizaciones necesitan «buffers» de espacio y de tiempo, ya que con frecuencia es preciso primar la flexibilidad sobre la eficiencia, por mucho que haya directivos a quienes todavía les cueste aceptar esta idea. Del mismo modo que también es necesario invertir en resiliencia, aunque sea a base de introducir de manera deliberada en el sistema elementos de inestabilidad que de vez en cuando hagan temblar sus estructuras.
Imagen Natalia Medd bajo licencia Creative Commons