Al ver la etiqueta de unos pantalones fabricados en Vietnam viene a mi cabeza un artículo titulado «Alarma en el corazón del Made in China» escrito por David Jiménez y publicado en El Mundo hace un par de semanas.
El periodista comenta el creciente desequilibrio que experimenta el mercado de trabajo en ciertas regiones de China, de manera que sólo en la región de Guangdong las empresas necesitan entre uno y dos millones de empleados más de los que disponen. Y esto por un doble motivo. Por una parte, el proceso de deslocalización hacia Asia continúa y con él la demanda de personal para trabajar en la industria. Por otra, las empresas se han lanzado a abrir nuevas fábricas en el interior, en busca de mano de obra aún más barata, por lo que el flujo migratorio hacia las zonas industriales más próximas a la costa, como es Guangdong, ha disminuido significativamente. En consecuencia, el personal se ha convertido en un recurso escaso y su rotación ha aumentado.
En este contexto, las reglas del juego del mercado de trabajo chino empiezan a cambiar. Algunas factorías se ven obligadas a ofrecer a sus trabajadores jornadas más cortas y más días de vacaciones como incentivo. Las empresas ya no pueden permitirse el lujo de contratar únicamente mujeres jóvenes, como tenían por costumbre, y el salario mínimo ya ha subido un 25% en tres años. Un aumento de costes laborales que comienza a hacer mella en la competitividad del gigante asiático frente a países como Vietnam, India, Filipinas o Bangladesh, con salarios aún más bajos, y a donde ya se han trasladado algunas empresas.
Todo apunta a que China se está acercando al fin de lo que probablemente ha sido la mayor y más rápida transformación económica de la historia de la humanidad. El gran reto en los próximos años será la reconversión de su industria hacia sectores de mayor valor añadido -menos sensibles a los costes del personal- y el desarrollo de su sector terciario.
No dudo que lo logren. De hecho todo indica que ya han empezado a dar pasos decididos en la dirección correcta. Lo que verdaderamente me preocupa, desde una perspectiva global, es la sostenibilidad del actual modelo en el que las industrias, convertidas en los nuevos nómadas del S. XXI, desplazan sus fábricas a lo largo del planeta en busca de la mano de obra más barata, guiadas muchas veces por una visión de corto plazo sin reflexionar acerca de las implicaciones sociales y macroeconómicas de sus decisiones.
¿Cuál será el impacto sobre el planeta de unas fábricas que para conseguir los menores costes no invierten en medidas medioambientales? ¿Cúal la consecuencia de una escalada en el consumo de combustibles fósiles resultado de la multiplicación del transporte internacional de mercancías? ¿Qué pasará cuando todos los asiáticos que hoy andan en bicicleta conduzcan coches o generen la misma cantidad de basura que los occidentales? Frecuentemente me pregunto a dónde nos llevará a largo plazo esta especie de huída hacia adelante en la que a veces siento que estamos inmersos.
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