21 octubre 2010

¡El emperador está desnudo!

por Santi Garcia

El Traje Nuevo del Emperador es un cuento de Hans Christian Andersen que trata de un emperador muy presumido a quien le gustaba vestir con elegancia y exclusividad. Conocedores de los gustos del emperador un día se presentaron en su palacio dos timadores haciéndose pasar por sastres capaces de elaborar unas prendas muy especiales. Tan especiales que resultaban invisibles a los ojos de los estúpidos. Al emperador le entusiasmó la idea. No sólo iba a tener un traje único, sino que además, gracias a él, iba a poder distinguir cuales de sus súbditos eran listos y cuales tontos.

Tras recibir el encargo, los timadores se instalaron en el palacio y se pusieron a cortar y a coser o, más bien, a hacer como que cortaban y cosían una tela inexistente. Transcurridos unos días, el emperador envió a su primer ministro a supervisar como iban los trabajos. El ministro tenía fama de hombre sabio y prudente, y el emperador pensó que quien mejor que él para supervisar la confección de un traje que alguien estúpido no podría ver. Pero cuando llegó a donde estaban trabajando los dos pillos el ministro se quedó patidifuso. No podía ver ningún tejido, ¿acaso sería estúpido? Los supuestos sastres le preguntaron qué le parecía la tela y el pobre ministro, para no quedar en evidencia, les dijo que nunca había visto nada tan extraordinario, y eso mismo fue lo que transmitió al emperador.

Durante los siguientes días varios funcionarios visitaron a los dos truhanes para supervisar la marcha de los trabajos y siempre sucedía lo mismo. Como no podía ser de otra forma, ninguno de ellos podía ver ningún traje pero todos, ante el temor de ser tildados de idiotas, alababan un trabajo que se suponía que sólo podían ver las personas con talento. De esta forma las maravillas del nuevo traje acabaron siendo conocidas en todo el territorio.

Hasta que, por fin, un día avisaron al emperador que su nuevo traje estaba listo. Cuál fue el susto que se llevó el emperador cuando llegó al taller de los timadores y no pudo ver ningún traje. Decir que no podía verlo era tanto como admitir su estupidez y jugarse el respeto de sus súbditos, así que, en vez de decir que no veía nada, él también alabó el trabajo que se suponía habían hecho los dos caraduras.

El emperador decidió estrenar el traje al día siguiente, y para que todos pudiesen admirarlo organizó un desfile por las calles de la capital. Los dos pillos se ofrecieron a ayudar al emperador a vestirse. Mientras simulaban que le colocaban las diferentes prendas, los dos sinvergüenzas alababan la ligereza del tejido explicando que de tan ligero, uno creería no llevar nada encima. Esto tranquilizaba al emperador: puede que no fuese capaz de ver aquel traje, pero sin duda podía apreciar su ligereza.

Mucho se había hablado del famoso traje. La expectación era grande y los ciudadanos recibieron al emperador con vítores y muestras de admiración. Evidentemente, nadie veía ningún traje por ninguna parte, pero, al mismo tiempo, a nadie le gusta que le tengan por estúpido, así que, para que nadie sospechase nada, todos alababan la belleza del tejido y la elegancia del corte. Hasta que pasaron junto a un niño que, al ver al emperador, exclamó:

“¡El emperador está desnudo!”

Al darse cuenta que era un niño quien había dicho aquello, todos los súbditos, que hasta aquel momento habían coreado las maravillas del traje nuevo del emperador, se quedaron de pronto callados y empezaron a repetir en voz baja lo que había dicho aquel muchacho.

“¡El emperador está desnudo! ¡El emperador está desnudo!” acabó gritando todo el pueblo.

Aquello preocupó mucho al emperador. No podía ser que todos sus súbditos fuesen estúpidos. Sin embargo el monarca decidió que había que “aguantar el tipo” y continuó desfilando con porte altivo, seguido por dos lacayos que aguantaban las puntas de una capa inexistente, mientras los ministros y funcionarios que habían alabado aquellas vestiduras imaginarias agachaban la cabeza avergonzados …

Y ahora traslademos esta historia a la realidad de nuestras empresas:

¿Nos resultan familiares los personajes de este cuento? ¿Cuántos “emperadores desnudos” tenemos dentro de nuestra organización? ¿Cuantos “timadores”? ¿Cuántos “ministros” timoratos? Mucho hablar de “empresa abierta”, pero, ¿a los directivos de nuestra empresa realmente les preocupan las opiniones de sus colaboradores? ¿Se establecen mecanismos para que los empleados puedan expresar sin cortapisas ni filtros su parecer sobre la marcha de la organización? ¿Cuándo un empleado da su opinión o aporta una idea, qué hace la Dirección al respecto? ¿Se recompensa a los críticos con el sistema o a los aduladores? ¿Se incentivan las voces discrepantes o a quien discrepa se le destierra, o se le corta la cabeza? ¿Se contrata a individuos capaces de desafiar el status quo o se prefiere seleccionar personas dóciles “que no den problemas”? ¿Con qué frecuencia supuestos “gurús” consiguen vender a la Dirección de la empresa soluciones prefabricadas que para nada encajan en la realidad de la organización sin que nadie les cuestione? ¿Son conscientes nuestros líderes de sus debilidades y limitaciones? ¿Reconocen sus errores? Llegado el caso, ¿son capaces de aceptar su incapacidad y dejar paso a otros?

4 Comentarios

  1. Enhorabuena por tu blog! ahora te sigo.

    A mi tambien me llama mucho la atención. Buena analogía la de los "emperadores desnudos". Están en todos los ámbitos y todo tipo de cargos. Lo que me preocupa aun más son los procesos sociales, estructuras organizativas y relaciones que hacen que otros no digan nada cuando los ven desnudos. El concepto de "colaboracionismo" me pareció muy interesante…porque mantiene sistemas injustos. por si te interesa:

    http://www.desarrollorrhh.com/2013/01/quien-manda-aqui.html

    Gracias por la entrada

  2. Gracias David,

    Totalmente de acuerdo. Demasiados gurús, aunque mucha de la culpa sea de los directivos, empresarios, medios de comunicación, o instituciones académicas que se tragan sus milongas sin cuestionarlas.

Comments are closed.