Como procuro hacer cada año por estas fechas, esta mañana he asistido en Barcelona al Update de Infonomía. Siguiendo el formato habitual, Alfons Cornella y Antonella Broglia nos han bombardeado con una avalancha de ideas y casos que nos confirman que el mundo sigue cambiando y, por lo que parece, cada vez más rápido y más profundamente.
Como es habitual, han sido docenas de «puntos para conectar» que dibujan los claroscuros de un futuro complejo e incierto, algunos de ellos particularmente relevantes para aquellos que nos dedicamos a la gestión del capital humano de las organizaciones:
Por ejemplo, resultan interesantes iniciativas como The Monet Indicator System, un conjunto de métricas de sostenibilidad desarrollado por el gobierno Suizo para medir la salud de su economía más allá de lo que indique el dato del PIB. Una práctica que bien podría inspirar a muchos directivos para superar las limitaciones de los modelos de gestión empresarial centrados exclusivamente en indicadores de naturaleza financiera.
Por otro lado, que científico de datos (Data Scientist) sea considerado el trabajo más “sexy”, nos habla del potencial que tiene el “Big Data” en un mundo hiperconectado y saturado de información donde cada persona -y prácticamente también cada cosa- son susceptibles de transformarse en una fuente de datos. Además, valdría la pena explorar en qué medida algunas de las soluciones desarrolladas en el campo de las ciudades inteligentes (smart cities) son exportables al ámbito de la gestión de las personas en las organizaciones.
También da que pensar el hecho de que, mientras a nivel global aumenta la clase media, impulsada por el desarrollo económico en áreas como Asia, África y América Latina, en Occidente es la capa social más perjudicada por el desplome del mercado inmobiliario, el desempleo, y el consiguiente incremento de las desigualdades sociales. Nos encontramos, por tanto, con una clase media que necesita reinventarse, vivir de otra forma y cambiar sus estándares, empezando probablemente por la forma en que tradicionalmente ha entendido el trabajo.
Otra cuestión para el debate es si se innova más y mejor en una empresa grande o en una PYME. Seguramente lo ideal sería conciliar la agilidad y la cercanía al mercado de las compañías más pequeñas y el “músculo” financiero de las grandes corporaciones. Por ese motivo algunas grandes empresas empiezan a impulsar el desarrollo de ecosistemas de PYMES y startups que les aportan esas capacidades o crean espacios para dar cabida a las iniciativas emprendedoras de sus miembros.
También me ha resultado inspirador el concepto de «serendipia estructurada» (structured serendipity) que propone Jason Zweig y que da título a esta entrada. Según Zweig podemos potenciar nuestra creatividad si adquirimos el hábito de aprender sobre nuevas cosas, o de cambiar regularmente el lugar donde aprendemos. De este modo multiplicaremos la probabilidad de dar con nuevas ideas, o con nuevas combinaciones de viejas ideas, que difícilmente surgirían en nuestras rutinas y entornos habituales.
Y qué decir de la imagen del gigante Nokia descomponiéndose en una constelación de startups –en julio eran ya cerca de un centenar- a través de su programa Nokia Bridge, una incubadora que aporta a los empleados que dejan la compañía y que quieren crear su propia empresa una financiación de hasta 150.000 euros.
Por otra parte, para quienes la idea de migrar a una estructura en red como la de Morning Star les dé algo de vértigo me parece interesante la “solución de compromiso” que plantea John Kotter. Consiste en entender la red de relaciones informales que vinculan entre sí a los miembros de la organización como un segundo sistema operativo superpuesto al sistema operativo primario de la empresa, representado por su estructura jerárquica, y que, según Kotter, seguiría siendo adecuado para gestionar el día a día, mientras que la red resultaría más eficaz ante nuevos retos.
También da que pensar ver como surgen nuevos proyectos empresariales capaces de poner en valor lo que tienen de diferencial las personas que sufren alguna discapacidad o algún problema social, ya sea aprovechar la capacidad de quienes sufren autismo para realizar tareas rutinarias especializadas, la mayor sensibilidad del tacto de los invidentes para detectar tumores, o la experiencia de ex-presidiarios para mediar en conflictos.
Y, ya para acabar, el concepto de «antifragilidad» (antifragility) al que Nassim Taleb dedica su último libro y del que sin duda oiremos hablar bastante en los próximos meses. Un concepto que va más allá de la resiliencia, ya que, a diferencia de ésta, no se trata simplemente de absorber impactos y deformaciones con flexibilidad, sino de la capacidad que poseen ciertos objetos o entes de beneficiarse y fortalecerse cuando son sometidos a situaciones de incertidumbre, volatilidad, opacidad, estrés y caos.