Los nómadas del conocimiento se manejan en la incertidumbre y en la ambigüedad. También saben como poner en valor sus conocimientos, sus habilidades, su capacidad de aprendizaje, su capital social y sus pasiones. Pero no encajan bien en organizaciones jerárquicas o burocráticas donde se sienten encorsetados por estructuras y normas a las que no encuentran sentido. Por esta razón esos profesionales tienden a durar poco en este tipo de entornos laborales. Por esto y porque, además, tienen más posibilidades que otros colegas de marcharse en busca de pastos más verdes. Este es el motivo por el que las organizaciones a veces les tachan de poco leales. Sin embargo, lo que realmente pasa es que para esos profesionales la palabra lealtad tiene un significado diferente del que se le da habitualmente en las empresas. La lealtad incondicional y unidireccional que todavía esperan algunas compañías de sus colaboradores es algo que, sencillamente, no encaja en sus esquemas.
Descripciones de puesto de trabajo de varias páginas, jefes que valoran más la presencia que la contribución –o que quieren tenerlo todo controlado–, procedimientos poco ágiles y prácticas de gestión igualitaristas son algunas de las cosas que les ahogan. Estos nómadas han superado los empleos prefabricados que heredamos de la era industrial y buscan, sobre todo, una misión que encaje con sus pasiones y con el significado que necesitan encontrar en lo que hacen. En realidad, tienen bastante de “artesanos” en el sentido que Richard Sennett da a este término en el libro del mismo nombre. Su forma de funcionar refleja ese deseo de hacer las cosas bien que, según Sennett, en el fondo tenemos todos: una meta que solo se consigue a base de años de práctica y experimentación, el trabajo bien hecho como una satisfacción…
Una peculiaridad de los nómadas del conocimiento es que, independientemente de cual sea su área de especialidad, sus carreras profesionales también son objeto de su artesanía. Por eso las cuidan con tanto mimo y seleccionan aquellas experiencias que más pueden enriquecerles intelectual y emocionalmente. Los nómadas del conocimiento no dejan nunca de aprender y asumen que el aprendizaje es, ante todo, un proceso social. De hecho, su vida profesional es un ciclo continuo de aprendizaje y desaprendizaje en el que colaboran, comparten y tejen redes de relaciones. Además, no tienen miedo a cometer fallos, sino que continuamente están explorando nuevas alternativas, porque saben lo mucho que se aprende también cuando las cosas no salen bien.
Este fenómeno de los nómadas del conocimiento supone un reto para muchas compañías, que se dan cuenta de que necesitan encontrar fórmulas para atraer y vincular a una categoría de colaboradores que todavía no comprenden bien, pero de la que hoy, en un escenario de guerra por el talento, no pueden prescindir.
Y es, sobre todo, una cuestión de cultura, ya que lo que piden los knowmads es ni más ni menos lo que piden todos los nómadas: espacio y libertad. Estos profesionales valoran tener autonomía para ejercitar su iniciativa y creatividad, y para configurar las redes de relaciones interpersonales a través de las que comparten información y llevan a cabo su trabajo. Desean contar con grados de libertad para mejorar la forma en que se hacen las cosas, emplear habilidades que de otro modo permanecerían desaprovechadas, o cambiar los métodos de trabajo por otros más eficaces, más ágiles o más eficientes. Y también quieren tener la posibilidad de extender su ámbito de responsabilidad para incluir otras actividades y relaciones que les permitan aprender cosas nuevas, o que su trabajo tenga un mayor impacto. El desafío es que para llegar ahí muchas organizaciones necesitan romper con años funcionando de un modo diametralmente opuesto, y esto nunca es sencillo.
Imagen Porter Rockwell bajo licencia Creative Commons