Ayer participé en una mesa redonda virtual organizada por Jobteaser, una plataforma de empleo para estudiantes y jóvenes graduados con la que trabajan más de 700 universidades europeas. En la sesión se presentó un estudio realizado por esta plataforma en el que han participado más de 7.000 estudiantes, además de empresas e instituciones académicas. El estudio, titulado Reclutamiento: ¿los jóvenes frente a la crisis?: Nuevas realidades para empresas, instituciones académicas y jóvenes a nivel Europeo aporta datos sobre el impacto que la crisis del coronavirus está teniendo y puede tener en el empleo de los jóvenes y nos confirma que muy probablemente los jóvenes serán uno de los colectivos sobre los que la crisis tendrá un impacto más negativo desde una perspectiva laboral, si no hacemos nada por evitarlo.
El informe de Jobteaser nos revela que, a raíz de la pandemia, muchas empresas están posponiendo y reduciendo las contrataciones de estudiantes y jóvenes graduados. En concreto, en España el 66% de los jóvenes ha visto su empleo o sus prácticas pospuestas o canceladas. Por otra parte, descubrimos que el 40% de los jóvenes graduados está bastante preocupado, si no muy preocupado, sobre sus perspectivas profesionales, y que casi un tercio de los estudiantes y recién graduados ha reorientado sus expectativas profesionales a raíz de la crisis. Además, el estudio nos advierte de que la crisis del coronavirus probablemente amplificará las ansiedades, tensiones y desigualdades que ya sufren muchos jóvenes en el momento de acceder al mercado de trabajo y en los primeros años de sus vidas laborales. Y eso que se trata de un estudio realizado entre universitarios de países desarrollados que, en principio, son los jóvenes mejor preparados y los que tienen menos problemas para encontrar un empleo.
En todo caso, es una realidad muy parecida a la que nos encontrábamos hace unos días con ocasión de un análisis que hacíamos con otros partners sobre cómo perciben los trabajadores españoles la respuesta de sus empleadores ante la crisis. Comparados con los trabajadores de otras franjas de edad, los jóvenes se mostraban menos satisfechos con su trabajo, sentían más amenazados sus empleos, eran más pesimistas respecto a la situación económica, valoraban peor la experiencia de teletrabajo y, en general, estaban menos contentos con la gestión de la situación por parte de sus empleadores. Y, de nuevo, esa respuesta provenía de un grupo de jóvenes relativamente privilegiados, ya que se trataba de jóvenes ocupados en un contexto en el que la destrucción de empleo se ha cebado particularmente en este segmento de la población. Lo confirmaban los datos del SEPE de mayo: Mientras los parados de 45 ó más años aumentaron un 16% y los situados en la franja de edad entre 30 y 44 años crecieron un 32%, el número de desempleados entre 25 y 29 años se disparó un 48%.
Por otro lado, si hablamos del impacto de la crisis del coronavirus en las perspectivas laborales de los jóvenes, es importante tener en cuenta que este problema no conoce fronteras. La Organización Internacional del Trabajo nos informaba el mes pasado, en la cuarta edición de su informe Observatorio Covid19 y el mundo del trabajo, que cerca de 73 millones de jóvenes en todo el mundo ya habían perdido su empleo como consecuencia de la crisis, y que las horas de trabajo de los jóvenes que han conseguido mantener el empleo se han reducido un 23 por ciento, algo a destacar en un colectivo cuya tasa de subempleo por insuficiencia de horas antes de la crisis ya doblaba la de los trabajadores adultos.
Además, no es solo que la pandemia destruya los empleos de los jóvenes, también afecta a su empleabilidad a medio y largo plazo, ya que tanto la educación y la formación técnica y profesional, como la capacitación en el puesto de trabajo, se han visto afectadas de forma muy adversa, y esto, a su vez, puede acabar mermando las oportunidades profesionales y los ingresos de los jóvenes en el futuro. En este sentido, una reciente encuesta de la OIT, la UNESCO y el Banco Mundial nos revelaba la enorme proporción de centros de formación técnica y profesional o de capacitación que han cerrado de forma íntegra o parcial estos meses. El problema añadido es que estas medidas, para variar, tienden a perjudicar especialmente a los jóvenes de los países menos desarrollados y a los miembros de segmentos menos favorecidos de la sociedad, con lo que muchos de estos jóvenes concluirán sus estudios con algún retraso o directamente los abandonarán. Si a esto sumamos los grandes obstáculos que la pandemia coloca en el camino de los jóvenes que buscan entrar en el mundo del trabajo o cambiar de empleo, es posible que en los próximos meses aumente significativamente el número de jóvenes que no tienen trabajo ni participan en ninguna actividad educativa o formativa, otro problema que también arrastrábamos de antes.
Y los problemas no acaban aquí. Incluso los jóvenes más afortunados, los que conseguirán acceder a un puesto de trabajo en los próximos meses, probablemente lo harán en condiciones más precarias: temporalidad, menos horas de trabajo, salarios más bajos, etc. Y lo que es peor, es posible que, una vez superada la pandemia, muchos de estos jóvenes continuarán arrastrando las consecuencias de haber entrado en el mercado de trabajo en un momento como este. Particularmente en mercados de trabajo como el español, donde el carácter escasamente procíclico de los salarios no ayuda a que esos jóvenes recuperen su nivel de ingresos una vez pasadas las crisis, como tampoco ayuda la marcada dualidad entre trabajadores indefinidos y trabajadores temporales, que incrementa las posibilidades de que esos jóvenes permanezcan tiempo atrapados en el mercado de trabajo secundario, enlazando un contrato temporal tras otro.
Comenzaba este artículo afirmando que, probablemente, los jóvenes serán uno de los colectivos sobre los que la crisis tendrá un impacto más negativo desde una perspectiva laboral si no hacemos nada para evitarlo. Las buenas noticias es que podemos hacer cosas para minimizar ese impacto. Sin embargo, esto requiere acciones valientes por parte de todos los actores implicados: las empresas, los gobiernos, las instituciones educativas y los propios jóvenes, que van a necesitar adaptarse a un mercado de trabajo que posiblemente va a demandar cosas diferentes de las que demandaba antes de la crisis. En cualquier caso, lo primero es que todos entendamos que los jóvenes son la fuerza de trabajo y los ciudadanos del mañana, y que el futuro de nuestra sociedad y de nuestra economía depende en gran medida de lo que suceda hoy con ellos.
Imagen: Wikimedia Commons