Se nota lo mucho que el mercado de trabajo ha cambiado en los últimos años. Ahora, cuando le preguntamos a un candidato desempleado sobre su último salario, con frecuencia se apresura a aclararnos que es consciente de que las cosas hoy son muy distintas, y que no quiere que su retribución anterior condicione su candidatura.
Es un síntoma de los tiempos que corren. Las empresas que tienen la fortuna de seguir contratando personal saben que hoy, por causa de la crisis, es fácil conseguir en el mercado buenos profesionales para muchos trabajos por bastante menos de lo que se pagaba hace cuatro o cinco años. A consecuencia de este fenómeno, las empresas de nueva creación, o las que aterrizan ahora en nuestro mercado procedentes de otros países, tienen la posibilidad de beneficiarse de unos costes de personal más livianos que los que deben pagar aquellas compañías cuyos trabajadores acumulan años de incrementos salariales en un contexto en el que es complicadísimo dar marcha atrás en este tipo de cuestiones.
Entre esas empresas más ‘senior’ hay algunas donde la mayor parte de los salarios, y sus incrementos, se deciden vía negociación colectiva y otras donde los salarios se pactan de manera más individualizada. En cualquier caso, la mayoría se encuentra con que la retribución de sus empleados con una cierta antigüedad es, en la mayoría de los casos, superior a lo que tendrían que pagar a esos mismos empleados si mañana saliesen a buscarlos al mercado.
Estamos, sin duda, ante un problema difícil de resolver, que previsiblemente se irá agravando, y a cuya solución poco contribuye la rigidez de nuestra normativa laboral. Sin embargo, en lugar de dedicar tanto tiempo y energía a discutir sobre un posible abaratamiento del despido, quizá más nos valdría sentarnos a discutir fórmulas más imaginativas que permitan flexibilizar los costes salariales y adecuarlos a las circunstancias del mercado de empleo y a la productividad real de cada empresa, particularmente cuando las cosas vienen mal dadas. Fórmulas que, por otro lado, tampoco tienen por qué pasar necesariamente por una disminución de la retribución de los trabajadores. Y esto puede incluir desde mecanismos que faciliten la reubicación de los empleados con mayores sueldos en otros puestos donde esos niveles retributivos estén justificados, convertir en variable parte de su retribución, o repensar los parámetros de los que dependen los incrementos salariales en cada sector, en cada empresa o incluso en cada unidad organizativa.
Otra cosa es pan para hoy, pero hambre para mañana.
Completamente de acuerdo con la exposición de los hechos.
Hoy en día se aboga, o se deja caer la piedra, de que habría que adaptar los costes salariales a la productividad actual. Esto último se oye de la clase empresarial a la que en muchos casos, le está costando sudor y lágrimas llevar su empresa adelante. Incluso el mismo hecho de llegar a la facturación justa para abonar las nóminas de los empleados es una auténtica epopeya…
Pero por otra parte, la adaptación salarial a la productividad es una frase que se puede denominar de reciente acuñación, y me explico. A ver quién en los años de vacas gordas, se atrevía a pronunciar solamente esta idea! Evidentemente las cuentas corrientes de los "corrientes", valga la redundancia, estarían hoy más en consonancia con la de los actuales pudientes.
Por lo que cuando la cosa se vuelva a invertir, habrá que ver si se vuelve a plantear la cuestión, o se volverá a tratar de pasar por ella de puntillas.