En el número de enero-abril de Apuntes de Globalización y Estrategia Arie Lewin escribe acerca de cómo la deslocalización de servicios está entrando en una nueva era en la que las empresas de algunos países desarrollados, motivadas por la creciente escasez de personal cualificado en sus países de origen, empiezan a hacer «offshoring» de servicios de mayor valor añadido.
En esta deslocalización de segunda generación el acceso a una base de profesionales cualificados pesa tanto o más que la eficiencia en costes. Ante la previsión de que, a largo plazo, la «guerra por el talento» en sus mercados de origen se recrudecerá, estas empresas buscan aprovechar la juventud y el creciente grado de cualificación de los trabajadores en los países de destino. El principal objetivo son servicios de ingeniería, desarrollo de producto e innovación, cuestiones muy sensibles para cualquier compañía.
Entre los principales retos, las empresas que se embarcan en este tipo de iniciativas se encuentran con que necesitan transformar sus modelos organizativos, y en algunos casos sus modelos de negocio, para poder dirigir y controlar procesos de innovación repartidos por el mundo, gestionar empleados y desarrollar fórmulas de cooperación con proveedores en diferentes países y con culturas diversas.
¿Cómo sale nuestro país en la foto?
Según un estudio de la Offshoring Research Network (ORN) las empresas españolas siguen deslocalizando principalmente actividades industriales o servicios intensivos en personal poco cualificado, en busca de ahorros de costes. Por otro lado, las empresas españolas son más reacias a aventurarse en proyectos de «offshoring» que sus homólogas anglosajonas, en algunos casos porque no se sienten suficientemente capacitadas y en otros porque no ven la necesidad de deslocalizarse.
Ante este panorama podríamos concluir que nos estamos quedando atrás en el uso de la deslocalización como estrategia de crecimiento y competitividad, aunque también podríamos verlo de otra manera, y entender que estamos en la encrucijada de decidir qué papel queremos jugar como país en el futuro en este terreno. Podemos apostar por el «offshoring» de nueva generación, como hacen algunos países de nuestro entorno, pero también podemos aprovechar los atractivos de nuestro país, que no son pocos, para convertirnos en un destino preferente para los proyectos de deslocalización de las empresas extranjeras. Aunque para ello tendríamos que empezar por repensar en profundidad nuestro sistema educativo y, al mismo tiempo, derribar algunos de los obstáculos administrativos a los que hoy en día se enfrentan las empresas que se instalan en nuestro país.
Imagen Kai Schreiber bajo licencia Creative Commons
gracias por el articulo.
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