El Cheese-Rolling and Wake es una carrera que se celebra cada último lunes de mayo en Cooper’s Hill, una localidad inglesa próxima a Gloucester. La prueba consiste en soltar un queso de 9 libras y dejarlo rodar desde lo alto de una colina. Los participantes corren tras él. Como el desnivel es grande y el queso alcanza velocidades superiores a los 100 km/h, no gana quien lo agarra, ya que nadie lo consigue, sino el primero en llegar al pie de la colina. Además, como la ladera está cubierta de hierba alta, normalmente húmeda –no olvidemos que estamos en Inglaterra–, es tremendamente escurridiza con lo que la mayor parte de los corredores acaban perdiendo el equilibrio y las lesiones son frecuentes…
Me parece una magnífica metáfora de cómo se sienten muchos directivos hoy en día: como si rodaran cuesta abajo tras perder el equilibrio mientras persiguen un queso que se les escapa por una ladera resbaladiza.
La idea de la pendiente resbaladiza (“slippery slope”) es también adecuada por el significado que tiene esta expresión en el campo de la lógica y el pensamiento crítico. Haciendo una analogía con los efectos que la gravedad y la inercia tienen sobre un objeto que cae por un plano inclinado y deslizante, cuando en estas disciplinas hablamos de una “pendiente resbaladiza” nos referimos a un argumento lógico –falaz o no– según el cual un evento inicial relativamente pequeño en una determinada dirección, generalmente negativa, da origen a un desplazamiento acelerado en esa misma dirección del que es casi imposible desviarse y menos aun dar la vuelta.
Una dinámica muy familiar para muchas –tal vez demasiadas– personas, empresas y hasta sectores enteros de actividad que, tras haber perdido pie por causa de un acontecimiento disruptivo, descienden en una caída descontrolada que no saben a donde les llevará. O sí.
Zygmunt Bauman en su libro Vida líquida describe magistralmente esta sensación que, como comprenderéis, no es patrimonio exclusivo de los líderes empresariales:
«El terreno sobre el que supuestamente descansan nuestras perspectivas de vida es sin duda inestable, como también lo son nuestros empleos y las empresas que los ofrecen, nuestros compañeros/compañeras y nuestras redes de amigos, la situación de la que disfrutamos en la sociedad, y la autoestima y la autoconfianza que se derivan de aquella. El “progreso”, otrora la más extrema manifestación de optimismo radical y promesa de una felicidad universalmente compartida y duradera, se ha desplazado hasta el polo de expectativas opuesto, de tono distópico y fatalista. Ese concepto representa ahora la amenaza de un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y descanso, presagia una crisis y una tensión continuas que harán imposible el más mínimo momento de respiro (algo así como un juego de las sillas en el que un segundo de distracción puede comportar una derrota irreversible y una exclusión inapelable). En lugar de grandes expectativas y de dulces sueños, el “progreso” evoca un insomnio repleto de pesadillas en las que uno sueña que “se queda rezagado”, pierde en tren o se cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda velocidad y que no deja de acelerar.»
¿Y qué hay del queso?
Muchos recordaréis el libro de Spencer Johnson “¿Quién se ha llevado mi queso?”. Lo escribió en 1998. Es una fábula que habla de las reacciones de los humanos ante los cambios. A través de los comportamientos de cuatro personajes que buscan El Queso en un laberinto –2 ratones y 2 hombrecillos– Johnson nos enfrenta a las diferentes actitudes que podemos tomar cuando las cosas cambian. Podemos seguir haciendo lo mismo, instalarnos en la queja, culpar a alguien de nuestras desgracias o, por el contrario, cuestionarnos nuestras creencias, dejar atrás nuestros miedos, y atrevernos a explorar nuevas posibilidades. Podemos preguntarnos una y otra vez quién se ha llevado nuestro queso, y patalear esperando que ese alguien nos lo devuelva, o salir en busca de “queso nuevo”. La decisión está en nuestras manos. El caso es que a pesar de haber estado en la lista de los libros de empresa más vendidos del New York Times durante cinco años consecutivos parece que sus moralejas no terminaron de calar entre los directivos, o se les han olvidado.
En particular aquello de “huele el queso con frecuencia para saber cuando se está poniendo viejo”.