«Resonant Leadership» es el título del último libro de los autores de «Primal Leadership», Richard Boyatzis y Annie McKee. Según los autores, en un entorno incierto y cambiante como el actual es el turno para una nueva clase de líderes «resonantes», con firmes valores, empáticos, que gestionan emociones y que, por supuesto, consiguen resultados. Hasta aquí nada que no hayamos leído antes.
Me resulta, sin embargo, muy interesante el concepto del «síndrome de sacrificio«, al que los autores también podrían haber llamado «paradoja del liderazgo resonante». Se traduce en un deterioro físico y emocional que sufren muchos directivos que, precisamente por ser o querer ser «resonantes», dejan de serlo. Es fruto de la necesidad de gestionar situaciones constantes de crisis empleando en ello altas dosis de energía, autocontrol y entusiasmo. Es, al fin y al cabo, el resultado de una situación en la que el directivo, por la exigencia que conlleva ser un buen líder, sacrifica su vida personal, su estabilidad emocional y su salud para, en último término, acabar sacrificando su propia efectividad como líder.
Es malo que gran número de organizaciones, cegadas en su búsqueda de resultados a corto plazo, no hagan gran cosa para prevenir y evitar estas situaciones, pero mucho peor aun es el caso de empresas que incentivan entre sus directivos comportamientos de sacrificio personal, al amparo de valores recogidos en sus idearios corporativos o en sus modelos de competencias. ¿A qué directivo que haya trabajado para una empresa americana no le resultan familiares conceptos como «breakthrough leadership», «results orientation», «energy», «drive», «passion» o «raise the bar»?
Las buenas noticias son que el síndrome del sacrificio puede prevenirse. Para ello los autores nos proponen, en primer lugar, tomar conciencia de nosotros mismos como personas (cuerpo, mente, espíritu) y del entorno que nos rodea (familia, amigos, comunidad, medio) a través de la reflexión, el cambio personal (lo que los autores llaman la práctica) y el cultivo de relaciones. En segundo lugar desarrollar una visión del futuro esperanzada: dibujar sueños factibles, ser optimistas y creer en nuestra habilidad para cambiar. Finalmente, el desarrollo de la empatía nos permitirá «sintonizar» con los que nos rodean, entender lo que quieren y qué necesitan, actuando en consecuencia.
Los autores parten de una concepción humanista y poliédrica del directivo para concluir que, hoy más que nunca, todo líder «resonante» que lo quiera seguir siendo necesita regenerarse dedicando tiempo a la reflexión, aprendiendo de su entorno y preocupándose del desarrollo integral de su persona. Nada como la paz en tiempos de guerra.