Mark Goulston escribe en Fast Company sobre los efectos positivos y negativos del estrés. El estrés es beneficioso en la medida en que fortalece a la persona, la ayuda a mantenerse alerta y centrada en sus objetivos y demuestra de qué pasta estamos hechos cada uno.
Un poco de presión nunca viene mal, pero siempre que no supere un punto a partir del cual el estrés se convierte en “distress” –lo que podríamos traducir como estrés negativo- y empieza a mostrar su lado oscuro. Más allá de ese umbral la prioridad del individuo es intentar liberarse de una presión que resulta insoportable. Los objetivos que habían guiado su actuación hasta entonces pasan a un segundo plano. Además, en caso de no ser capaz de escapar del estrés, existe el riesgo de que su decepción derive en frustración, enfado o pánico. También puede ocurrir que en su huida la persona busque refugio en comportamientos compulsivos que no harán sino apartarlo aún más de sus objetivos.
La cuestión principal es que no todos poseemos la misma tolerancia al estrés. Cada uno tenemos un límite a partir del cuál el estrés se convierte en “distress” y da lugar a comportamientos disfuncionales. En el ámbito de la función directiva, este umbral determina, en gran medida, nuestra capacidad de liderazgo. Se nos paga, entre otras cosas, por permanecer comprometidos con una serie de relaciones y objetivos, y mantener la esperanza y la visión a largo plazo en la adversidad.
La habilidad para mantenernos centrados en situaciones de estrés y evitar la frustración, el resentimiento o el pánico es un signo de madurez como directivos y como personas. Se trata de una cualidad que se adquiere con la experiencia, y en gran medida a través del ejemplo. Todos hemos tenido algún jefe o algún colega que se manejaba especialmente bien bajo presión. En este sentido los programas de “mentoring” pueden ayudar mucho a los jóvenes ejecutivos que inician su carrera, lo mismo que una planificación cuidada de sus trayectorias profesionales. Todos deberíamos reflexionar sobre cuál es el ejemplo que, en este aspecto, estamos transmitiendo a nuestros colegas y colaboradores y modificar nuestro comportamiento en consecuencia. Si una de las responsabilidades de cualquier directivo es el desarrollo de sus colaboradores, deberíamos tener presente que en un mundo convulso y en continua transformación la capacidad de trabajar bajo presión es, sin duda, una competencia en alza.
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