Negocios que han sido exitosos durante décadas dejan de serlo de la noche a la mañana. Muchas empresas asisten al agotamiento de sus modelos de negocio mientras sus gestores, desorientados, intentan encontrar una nueva fórmula que les permita sobrevivir en el futuro.
La volatilidad y la incertidumbre en los mercados se ha multiplicado en los últimos años: Si en 1985 un 41% de las empresas valoradas por Standard & Poor’s eran consideradas como de bajo riesgo (A+), en 2006 solo un 13% merece esta calificación. A consecuencia de la globalización y de la revolución digital el mundo de la gestión empresarial está experimentando un cambio como nunca antes en su historia. Al no depender tanto de los activos físicos las empresas son mucho más flexibles pero, al mismo tiempo, más vulnerables ante nuevos competidores que surgen de la nada. El equilibrio de poder se inclina a favor de unos clientes cada día mejor informados. La presión sobre los directivos aumenta y se acorta el tiempo que permanecen en sus cargos.
Tradicionalmente las organizaciones han diseñado sus procesos y estructuras para evitar y resistir el caos, pero en esta nueva era la supervivencia de la empresa depende en gran medida de su capacidad de modificar su rumbo para navegar a favor de las corrientes. Si analizamos lo que hacen las startups más dinámicas y compañías que han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias vemos que muchas veces el planteamiento más efectivo pasa por combatir el caos con el caos y optar por la desestructuración, la descentralización y un relajamiento de los controles. Claro que crear una nueva empresa conforme a estos principios es mucho más fácil que conseguir cambiar una organización que lleva décadas gestionada de acuerdo a parámetros opuestos…
En todo caso, gestionar en el caos y en la incertidumbre no es tanto una cuestión de estrategia corporativa o de organización, sino que principalmente tiene que ver con la naturaleza del ser humano y sus reacciones ante el cambio. Por encima de cualquier otra consideración las empresas son grupos humanos y el comportamiento grupal de los seres humanos apenas ha variado en los últimos diez mil años. Por nuestra propia naturaleza nos resistimos al cambio y así, del mismo modo que a los individuos nos cuesta decir adiós al pasado, a lo conocido, cómodo y seguro, las empresas tienden a centran sus esfuerzos en mantener su ayer en lugar de preocuparse por crear su mañana.
Empecemos a acostumbrarnos, las empresas comenzarán a morir más jóvenes. La idea de que un trabajo es para siempre es algo que ya pasó a la historia. El siguiente paradigma que nos toca romper supone mentalizarnos de que las empresas no están destinadas a durar un siglo. En muchos sectores comienza a ser normal –y cada vez lo será más– que un grupo de personas se asocien durante unos meses o unos años para desarrollar su actividad y luego cada cual siga su camino. Ahora bien, que la vida de las empresas vaya a ser más corta no debería verse como algo preocupante si no todo lo contrario. En un entorno en cambio constante, probablemente sea la mejor forma –tal vez la única– de servir y añadir valor a clientes, inversores y empleados.
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