La fórmula ha sido «de libro»:
Por una parte, un líder con la habilidad de identificar a las personas más adecuadas para formar el equipo, capaz de sacar lo mejor de cada uno de ellos, de transmitirles la ilusión de lograr un objetivo compartido. Un líder exigente aunque paciente, con visión a largo plazo. Un líder que mantiene el rumbo a pesar de las dificultades pero que, al mismo tiempo, es flexible y sabe adaptarse cuando las circunstancias del entorno lo exigen. Un dirigente que sabe gestionar el conflicto, que reconoce los problemas y acepta que la gente se equivoque, pero que no duda en toma decisiones duras si es necesario, aunque puedan resultar impopulares.
Por otra parte, unos jugadores que tienen muy claro qué es lo que se espera de cada uno, qué entienden que el todo es mucho más que la suma de sus partes. Muy diferentes entre sí, pero que aceptan que deben «aparcar» sus individualidades para perseguir el objetivo común. Unos jugadores que se sobreponen a la adversidad para centrarse en su misión, que convierten cada error, cada fallo, en una oportunidad de aprendizaje y, además, disfrutan con lo que hacen.
Imagen David Yerga bajo licencia Creative Commons
Para mi la mejor enseñanza es que con trabajo, esfuerzo y respeto por el rival ¡se puede disfrutar!
Aunque parezca mentira