La fiesta se ha terminado. Incluso aquellos que han tenido la fortuna de conservar su empleo han visto como la crisis se ha cobrado un peaje en forma de congelaciones salariales -cuando no recortes-, o incentivos que, de haberlos, apenas son la sombra de lo que fueron.
Sin embargo, tengo la sensación de que, en el fondo, las políticas retributivas de la mayor parte de las organizaciones apenas han cambiado. Por mucho que se haya transformado el contexto económico y por mucho que durante los últimos dos años se haya hablado sobre cómo el sistema de retribución variable de ciertas instituciones financieras contribuyó a originar la crisis que todavía sufrimos, a diario compruebo que los incrementos salariales (cuando los hay) dependen de los mismos criterios, los objetivos se establecen respecto a los indicadores de siempre, y las reglas del juego de los bonus son, en general, las mismas que empleaban las empresas en aquellos años en que el crecimiento parecía no tener límite.
Por esto pienso que, coincidiendo con el inicio del año, podría ser un buen momento para reflexionar si las prácticas retributivas de nuestra empresa siguen siendo coherentes con una estrategia de negocio que, muy probablemente, haya experimentado grandes cambios desde que se desató la crisis y, en particular, si nuestras prácticas favorecen que las personas de la organización se comporten conforme a las pautas de conducta -y, en último término, los valores- por los que la compañía quiere ser reconocida en un mercado que ya no es, ni muy probablemente volverá a ser, el que era.