Internet, que comenzó siendo una red de ordenadores, se ha transformado con el tiempo en una red de personas. Todo apunta a que el siguiente paso en este camino hacia una mayor conectividad vendrá de la mano de la denominada «internet de las cosas», que eclosionará cuando miles de dispositivos, muchos de los cuales todavía no asociamos al mundo digital, se conecten directamente entre sí: desde el coche y los electrodomésticos a los miles de sensores que controlan la vida de nuestras ciudades.
Hasta el momento, la evolución de las tecnologías de la información y las comunicaciones ha provocado que muchos de los costes de transacción a los que responden las estructuras organizativas que tradicionalmente han adoptado las empresas hoy sean bastante menores que hace un par de décadas.
Un nivel de conectividad que supera barreras espacio temporales y herramientas que facilitan la búsqueda y localización de la información necesaria reducen los costes de coordinación de proveedores externos, al tiempo que la progresiva estandarización, apertura y portabilidad de las soluciones tecnológicas disminuye la especificidad de las inversiones y, por tanto, el riesgo de posibles comportamientos oportunistas por parte de esos proveedores.
A esto hay que sumar la mayor simetría de la información que manejan las partes contratantes y la aparición de instrumentos de medición que facilitan el control del cumplimiento de los acuerdos y el establecimiento de incentivos más eficaces.
En consecuencia, nuevas formas de organización del trabajo más ligeras se vuelven posibles.
En paralelo, las empresas se encuentran con que las estructuras organizativas tradicionales, entendidas como sistemas cerrados, formadas por «puestos» unidos entre sí por líneas de «dependencia», y diseñadas para garantizar la eficiencia de los procesos y el control de las operaciones, resultan poco flexibles cuando de lo que se trata es de leer un mercado volátil, detectar tendencias, tomar decisiones en la incertidumbre, reconfigurarse con rapidez y aportar nuevas soluciones antes de que lo hagan otros.
De aquí el creciente interés de los dirigentes empresariales por incorporar métodos de trabajo más ágiles y por potenciar y aprovechar la inteligencia colectiva del conjunto de sus empleados a través de fórmulas de trabajo colaborativo en red, y que haya empresas que, además, aprovechen esa caída en los costes de transacción para llevar ese principio de colaboración más allá de los límites de su estructura formal. Saben que las mejores ideas no tienen por qué venir necesariamente de dentro de la organización y buscan formas flexibles de aprovechar el mejor talento que pueda existir en el mercado.
Pero si al mirar hacia atrás nos parece que el mundo de la empresa y el trabajo está evolucionando a velocidad de vértigo, es muy probable que lo visto hasta ahora no sea nada comparado con la profunda transformación de procesos y estructuras que supondrán el desarrollo de la denominada internet de las cosas y las nuevas soluciones de impresión 4D, dos tecnologías que están llamadas a representar un salto cualitativo y cuantitativo en el proceso de automatización de muchas actividades hasta el momento realizadas por humanos.
Por una parte, estamos hablando, ni más ni menos, de que las cosas van a «hablar» directamente entre ellas. Y no son solo los coches sin conductor. Tal vez, como apuntaba Jason Taster en un reciente artículo en Fast Company, no estemos tan lejos del día en que los edificios se construirán ellos mismos de manera autónoma a partir de un software que, tras diseñar los planos a la medida de las preferencias del cliente y las peculiaridades del terreno donde se levantará la construcción, envíe órdenes de compra a los proveedores de materiales y órdenes de trabajo a profesionales humanos. Un escenario donde, además, los materiales de construcción incorporarán chips, de forma que ese software que dirige el proyecto será capaz de detectar en qué fase del mismo estamos en cada momento, y sabrá qué orden tiene que enviar cuando y a quien.
Por otra parte, qué decir de a dónde nos puede llevar el desarrollo de la tecnología de impresión 4D —la cuarta dimensión es el tiempo— que nos presenta Skylar Tibbits en el siguiente video, y que nos permitirá imprimir objetos que pueden cambiar solos de forma con el tiempo, o incluso montarse ellos mismos, gracias a la acción de fuerzas magnéticas o electroestáticas.