Ayer tuve el placer de participar en Valencia en la 10ª Jornada TMT, donde compartí escenario con nuestro anfitrión Roberto Luna, Juan Mateo, Gustavo Piera y Pablo Herreros. Una auténtica gozada.
Coincidiendo con el evento, Roberto me pidió que escribiera para el diario Levante el siguiente artículo donde resumo las principales ideas de mi ponencia y que me gustaría compartir aquí con vosotros:
«El entorno socioeconómico está cambiando a un ritmo trepidante y nadie sabe a ciencia cierta a dónde nos llevan fenómenos como la revolución tecnológica o la globalización. El mundo del trabajo no es ajeno a estos cambios. La conectividad, la automatización, el envejecimiento de la población, y el desplazamiento de la economía mundial hacia el Sur y hacia el Este, entre otras tendencias, están transformando el mercado de empleo, la forma en que se organizan las empresas, y cómo, dónde y cuándo trabaja la gente. Los avances en los campos de la robótica y la inteligencia artificial no dejan de sorprendernos, la digitalización provoca que sectores enteros se tambaleen, los trabajos se desplazan de un lugar a otro del globo, y el mercado se divide entre trabajos “calientes”, muchos de ellos relacionados con la llamada economía del conocimiento y la creatividad, y otros donde, por el contrario, la oferta supera con creces la demanda y cuyos profesionales se las ven y se las desean para encontrar un empleo ante la dificultad de reciclarse hacia otras actividades.
Todos esos cambios dibujan un panorama inquietante y sin embargo, aunque nos cueste creerlo cuando lo contemplamos desde un país situado en el epicentro del desempleo mundial, también cargado de oportunidades. Primero, porque el planeta sigue lleno de problemas por resolver y de gente dispuesta a pagar por ello, Y segundo porque las cualidades que vamos a necesitar para desenvolvernos en ese futuro no tan lejano son, precisamente, las que nos hacen más humanos.
Y es que en esa economía del conocimiento y la creatividad, atributos como iniciativa, imaginación o inteligencia emocional, tienen mucho más valor que aquellas otras cualidades que caracterizaban al “trabajador modelo” de la era industrial, como obediencia, lealtad o dedicación, y que, hoy en día, las puede aportar una máquina.
En este nuevo escenario lo que las organizaciones necesitan son personas dispuestas a colaborar para, entre todos, interpretar un entorno volátil y complejo, encontrar nuevas soluciones y tomar decisiones de forma más ágil y acertada que lo que puede hacer desde sus despachos una élite de directivos. Para ello hace falta que esas personas, además, pongan en juego toda su imaginación y sus redes de relaciones sociales. También se requieren personas más autónomas, capaces de desenvolverse en unas estructuras organizativas más ligeras, donde ya no hay unos supervisores que les vayan a decir lo que tienen que hacer en cada momento.
Y en un mundo donde la esperanza de vida de tecnologías y empresas se reduce mientras la vida laboral de las personas se alarga, a lo anterior debemos sumar la necesidad que tienen los profesionales de mantenerse continuamente en alerta, atentos a donde surge la siguiente oportunidad, así como de conocerse bien a sí mismos y embarcarse en una dinámica de aprendizaje continuo para que el siguiente cambio no les coja en fuera de juego.
En definitiva, un panorama que nos sacará de nuestra zona de comodidad y pondrá a prueba nuestra adaptabilidad, y que, aunque a algunos les dé algo de vértigo, nos obligará a cuestionarnos nuestros paradigmas, a buscar dentro de nosotros mismos cuáles son nuestros talentos y a explorar donde podemos aplicarlos. Un proceso que nos hará desarrollarnos profesionalmente, y también crecer como personas.»