En esta parte del mundo para muchos agosto es temporada de vacaciones.
Un tiempo en que «desconectar» por unos días de nuestra actividad profesional. Pero también una buena ocasión para, aprovechando la mayor perspectiva que nos da la distancia, reflexionar sobre nuestra vida laboral.
Como en la canción de Siniestro Total: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos… en nuestro trabajo.
Un momento para preguntarnos si en nuestro trabajo estamos en nuestro «elemento», en el sentido que Sir Ken Robinson le da al término. Es decir, si tenemos la suerte de que se trata de una actividad para la que tenemos talento, y que además nos apasiona.
O si estamos en ese estado de «flujo» del que habla Mihály Csíkszentmihályi, donde los retos a los que nos enfrentamos en nuestra vida profesional y nuestras capacidades avanzan en paralelo.
En resumen, una ocasión perfecta para valorar hasta qué punto somos felices en nuestro trabajo.
Y eso a pesar de que abundan quienes piensan que, con la que está cayendo, tener una ocupación remunerada es motivo más que suficiente para ser feliz.
Pero quienes así opinan confunden ser feliz y sentirse afortunado, cuando son cosas muy distintas.
Más allá de una sensación placentera, la felicidad en el trabajo es un estado emocional de satisfacción ante la obra bien hecha a través del esfuerzo y de la utilización de nuestras habilidades y fortalezas. Un estado emocional que se puede convertir para una empresa en una fuente de ventaja competitiva.
Especialmente en un entorno donde los mercados son más dinámicos, globales y transparentes, todo sucede mucho más rápido y, en consecuencia, la competitividad de más empresas depende de su capacidad de innovación y su agilidad organizativa.
Y es que estas cualidades de la organización -innovación y agilidad- no son algo que puedan imponer o comprar sus dirigentes sino que, como señala Gary Hamel, «en unos mercados hambrientos de novedades el éxito de una compañía depende, sobre todo, de su capacidad para liberar la iniciativa, la imaginación y la pasión de todas las personas que trabajan en ella, y eso solo puede pasar si estas personas están conectadas en cuerpo y alma con su trabajo, su empresa y su misión».
Una «conexión en cuerpo y alma» que difícilmente alcanzaremos si no somos felices en nuestro trabajo.
Feliz verano.
Imagen Christine Vaufrey bajo licencia Creative Commons