Los seres humanos experimentamos la necesidad de encontrar un sentido a ese mundo volátil, incierto, ambiguo, a veces incluso paradójico, en que vivimos. Por eso intentamos darle un significado a las disparidades que detectamos a diario entre nuestras expectativas, fruto de nuestra experiencia pasada, y una realidad que se empeña en confirmarnos la imprevisibilidad de nuestro presente.
Como ya dijo Weick en 1993, esas explicaciones son construcciones discursivas a través de las cuales los individuos interpretamos lo que sucede a nuestro alrededor, y que acaban condicionando nuestras acciones en la medida que esas interpretaciones influyen sobre nuestras decisiones. Como, por ejemplo, cuando los empleados de una empresa se encuentran con que los mensajes que se desprenden de los diferentes mecanismos que transmiten los valores de la organización no son coherentes entre sí. Normalmente intentarán encontrar una explicación a esas disonancias antes de actuar en función de cuáles sean sus conclusiones al respecto.
Conscientes del impacto de esas interpretaciones en el comportamiento de los miembros de la organización, sus dirigentes tratan de influir en ese proceso de búsqueda de sentido para lograr que los empleados interioricen o «compren» sus proyectos. Sin embargo, a veces pierden de vista que los destinatarios de esas intervenciones no son meros sujetos pasivos.
Aunque los directivos tengamos el control de los sistemas formales, las demás personas de la organización pueden interpretar y actuar frente a esas iniciativas de una forma distinta a la esperada. Es por esto por lo que, a menudo, los proyectos de cambio se convierten en procesos emergentes de consecuencias imprevisibles. Además, muchas veces intervenimos como si este proceso de búsqueda y generación de significado fuese una cuestión individual cuando, en realidad, tiene un marcado carácter social, desde el momento en que las personas interpretan el entorno a partir de las interacciones que mantienen con otros individuos, muchas de ellas de carácter informal, y a través de las cuales construyen explicaciones que dan sentido a sus actuaciones colectivas. Un fenómeno sobre el que podemos influir, pero difícilmente controlaremos. Un fenómeno que siempre ha sido así, pero que no hace sino amplificarse en un mundo interconectado.