En esta época del año en que muchas empresas definen objetivos y elaboran sus presupuestos para el ejercicio próximo, me consta que a más de uno le cuesta dormir pensando en esta cuestión. Según la incertidumbre se apodera de los mercados cada vez es más difícil hacer una previsión de ventas. También es más complicado conseguir financiación, el riesgo de que algún cliente o algún proveedor nos deje «colgados» se multiplica, y calcular el retorno de una inversión se convierte en un ejercicio de futurología. Hay miedo, así que, para proteger la caja, muchas empresas optan por ponerse «al ralentí», lo que no hace sino retroalimentar el «invierno nuclear» que padecemos.
Sin embargo, tal vez por mi tendencia a ver el vaso medio lleno, todavía pienso que de esta situación pueden derivarse algunas consecuencias beneficiosas. Yo lo puedo decir porque no soy político: La crisis sirve para limpiar. Sirve para limpiar los mercados, pero también para limpiar las mentes. Es momento de ideas de ruptura y decisiones valientes, momento de replantearnos los valores y creencias que nos han traído hasta aquí. Por esto confío en que haya empresarios y ejecutivos que, ante esta crisis, se cuestionen la forma en que dirigen sus empresas y tomen conciencia de que mejor les irá si se preocuparan menos de los organigramas, el control, o el reparto del poder y más por construir organizaciones capaces de evolucionar y responder con agilidad a los cambios del entorno. La crisis puede ser una oportunidad única para poner en solfa ciertos dogmas sobre la mejor forma de organizar los recursos o dirigir a las personas. Una ocasión que no deberíamos dejar pasar de largo.
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