Dedico este post a comentar un estudio publicado en diciembre del año pasado y al que pienso no se le ha prestado la suficiente atención en las redes: el Global Talent Competitiveness Index 2017 (GTCI), elaborado por Insead, Adecco y el Human Capital Leadership Institute.
En concreto, me enfocaré en la valoración que hace de la competitividad de nuestro país en el mercado global de talento. Una cuestión de la máxima importancia si de verdad nos creemos que la competitividad de las empresas de un país (y de la economía de un país en su conjunto) depende cada vez más de su capital humano y de su capacidad de competir en un mercado de trabajo cada día más dinámico y globalizado.
Destacar que en esta edición el informe incluye por primera vez una sección sobre ciudades de la que (curiosamente) en su momento sí se hicieron eco los medios, ya que sitúa a tres ciudades de nuestro país, Madrid (6), Bilbao (18) y Barcelona (20), entre las urbes más competitivas del mundo en el mercado de talento. “Madrid, amongst top ten cities with most talent in the world”, fue uno de los titulares que vimos tuiteados por aquel entonces.
Unos resultados que contrastan con el hecho de que, como país, el informe nos sitúa en el puesto 35 de entre un total de 118 países analizados. Exactamente el mismo puesto que logramos en la edición del año anterior.
Por poner las cosas en contexto, señalar que esa posición es muy parecida a la que ocupamos en el orden mundial en función de nuestro producto interior bruto per cápita (un puesto 36 o un puesto 30 dependiendo de si ajustamos o no según la paridad de poder adquisitivo), pero esto no debería servirnos de consuelo. La realidad es que en el índice GTCI nuestros pares son Lituania, Chile, Barbados y Eslovaquia.
Pero es que hay más. Los índices compuestos pueden hacer que pasemos por alto detalles importantes. Y este es también el caso del índice que nos ocupa. Tras ese puesto 35 encontramos luces y encontramos sombras. Aspectos en los que sobresalimos y otros que nos deberíamos hacer mirar con la máxima urgencia.
Entre las luces hay, por ejemplo, varias cuestiones respecto a las cuales nuestro país está en 10% superior del ranking mundial. Destacar aspectos como el número de médicos por habitante (3/118), la calidad de nuestras escuelas de negocios (6/118), la protección de la salud de las personas y los ecosistemas (6/118), el acceso a instalaciones higiénicas (12/118), o la proporción de habitantes con estudios terciarios (13/118).
Pero también hay sombras, y el problema es que esas sombras se refieren a asuntos de bastante más enjundia que los anteriores si hablamos de competir por el mejor talento. Cuestiones como lo poco que nuestra normativa laboral facilita la contratación de trabajadores (104/118) o lo poco que nuestro sistema fiscal incentiva el trabajo (103/118), la escasa relación entre los salarios que reciben los trabajadores y su productividad (99/118), la diferencia entre las oportunidades que tienen las mujeres para acceder a puestos de liderazgo y las que tienen los hombres (94/118), la reducida inversión de las empresas en la formación y el desarrollo de sus empleados (90/114), la poca predisposición de los jefes españoles a delegar parte de su autoridad en sus colaboradores (85/118), y las dificultades que tenemos para retener en el país a nuestro mejor talento (81/118) o atraer al mejor talento del exterior (81/118).
Cuestiones que, por cierto, no se tienen en cuenta para el cálculo del índice de competitividad de las ciudades que antes mencionábamos, y de ahí las diferencias. Como si la competitividad de una urbe en el mercado global de talento poco o nada tuviese que ver con el marco normativo del país donde está situada, o con la cultura empresarial dominante…