Hace unos días, José Ignacio Conde-Ruiz y Clara I. González publicaban en Estudios sobre la Economía Española (Fedea) un documento titulado El proceso de envejecimiento en España en el que analizan el envejecimiento de la población española y las implicaciones que este fenómeno puede tener de aquí hasta 2050, año en el que según las principales proyecciones demográficas España será uno de los países más envejecidos de Europa y, por tanto, también del mundo. En concreto, las proyecciones anticipan que para entonces nuestro país se habrá convertido en el cuarto país de la Unión Europea con una mayor tasa de dependencia a los 65 años (solo nos ganarían Portugal, Grecia e Italia). Posiblemente seremos también el Estado de la Unión donde más habrá crecido este indicador en este período (prácticamente se habrá multiplicado por dos).
En sus reflexiones finales, los autores nos advierten de las implicaciones que el envejecimiento acelerado de la población española puede tener en cuestiones como la sostenibilidad de las finanzas públicas (consecuencia del mayor gasto en pensiones, sanidad y cuidados), las tasas de ahorro (por el aumento del número de jubilados), y la productividad de la fuerza de trabajo (aunque respecto a esta cuestión os recomiendo que leáis este paper en el que Francesca Carta, Francesco D’Amuri y Till M. von Wachter analizan el impacto que el retraso en la edad de jubilación en Italia tuvo sobre el empleo y la productividad de las empresas en ese país).
No obstante, los autores concluyen el documento con una mirada positiva. “El proceso de envejecimiento que estamos viviendo y que viviremos más intensamente en las próximas décadas es probablemente una de las mejores noticias”. El aumento de la esperanza de vida, argumentan, es consecuencia del progreso económico y social de las últimas décadas y, además, las previsiones apuntan a que nuestra esperanza de vida continuará alargándose en los próximos años y décadas.
En relación con este tema de las posibles consecuencias que el rápido envejecimiento de la población (y el consiguiente aumento de las tasas de dependencia) pueden tener en la economía y, más en concreto, en el mercado de trabajo, las tesis que plantean Charles Goodhart y Manoj Pradhan en su libro The Great Demographic Reversal (2020) constituyen, por su originalidad, un buen material para la reflexión.
Para estos autores el escenario deflacionario en el que llevamos viviendo las últimas tres décadas es consecuencia del aumento de la fuerza de trabajo disponible a nivel mundial resultado, a su vez, de unas tendencias demográficas favorables y de la incorporación de China y de los países de Europa del Este al sistema mundial de comercio (ellos hablan de un “sweet spot” demográfico).
Entre la última década del siglo pasado y la segunda década de este siglo, argumentan Goodhart y Pradhan, en las economías desarrolladas la incorporación simultanea de la generación de los baby boomers y de la mujer al mundo laboral aumentaron la oferta de trabajadores, al tiempo que disminuía la tasa de dependencia. Este fenómeno, sumado a la globalización, consecuencia de una aceptación de los principios del liberalismo económico por parte de más países y, más en concreto, de la incorporación al sistema de comercio internacional de los antiguos países del bloque soviético y, sobre todo, de China, provocó, según estimaciones de los autores, que la fuerza de trabajo del planeta se doblase en ese período.
En consecuencia, a lo largo de estas décadas, hemos visto como en muchas economías avanzadas los salarios reales de los trabajadores menos cualificados han descendido, a medida que su poder negociador caía por el aumento de la fuerza de trabajo disponible en el mundo, una parte importante de la producción industrial se automatizaba o se deslocalizaba a esos países recién llegados al sistema del comercio internacional, y el sector servicios ganaba peso en el mercado de trabajo.
Pese a todo, en este tiempo también ha habido ganadores. Por un lado, los trabajadores de esos países recién incorporados al sistema (el ratio entre el coste salarial de un trabajador estadounidense y un trabajador chino descendió de 34.6 en 2000 a 5.1 en 2018). Por otro lado, los poseedores de capital (ya sea financiero o humano). Todo esto ha provocado que, aunque la desigualdad entre países haya descendido, la desigualdad interna en muchas economías avanzadas ha crecido significativamente.
Sin embargo, para Goodhart y Pradhan el escenario está a punto de cambiar. El envejecimiento de la población mundial, y el consiguiente aumento de las tasas de dependencia, puede provocar un cambio de tendencia tras décadas aumentos salariales, tasas de inflación y tipos de interés raquíticos.
En muchos países desarrollados las tasas de natalidad llevan décadas en mínimos, la esperanza de vida no para de aumentar y, a medida que los baby boomers empiezan a llegar a la edad de jubilación, las tasas de dependencia crecen rápidamente. Esto puede tener un impacto importante en el mercado de trabajo.
Desde la perspectiva de la demanda de trabajo, todo indica que el aumento de las tasas de dependencia va a provocar que necesitemos cada vez más trabajadores especializados en el cuidado de personas mayores, un tipo de actividad difícil de automatizar (al menos por el momento), o de deslocalizar en países con menores costes salariales.
Por otro lado, desde la perspectiva de la oferta del mercado de trabajo, al reducirse la fuerza de trabajo doméstica, dado que el número de jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo es menor que el número de personas que se jubilan, el poder negociador de los trabajadores nacionales frente a sus empleadores debería aumentar, y con este sus salarios.
Es cierto que puede suceder que la llegada de un mayor número de inmigrantes compense este desequilibrio y el poder negociador de los trabajadores locales siga siendo como hasta ahora, o incluso descienda. Sin embargo, argumentan los autores, lo más probable es que los trabajadores nacionales se den cuenta de este riesgo y tiendan a votar a opciones políticas que defiendan planteamientos restrictivos en materia de inmigración, tal como ya estamos viendo en algunos países europeos.
Puede que algo parecido pase con la opción de deslocalizar parte de la actividad económica en otros países con menores costes laborales. Aparte de que China y el este de Europa ahora se enfrentan a sus propias tensiones demográficas y sus costes salariales ya no son tan competitivos como antes, Goodhart y Pradhan anticipan una creciente oposición política a deslocalizaciones hacia destinos alternativos como India o África, además de la menor seguridad jurídica que ofrecen estos destinos a los empresarios comparado con la que ofrecía en su momento China.
Para acabar la lista de argumentos por los que en las próximas décadas podemos esperar un incremento de los costes salariales los autores también señalan a) el impacto inflacionario que tiene un aumento de la tasa de dependencia, desde el momento en que también significa un aumento de la proporción de la población que consume más de lo que produce; y b) la mayor carga impositiva que previsiblemente tendrán que soportar los trabajadores para que el Gobierno pueda hacer frente a las pensiones de una población (votantes, no nos olvidemos) cada vez más envejecida. Lo más probable, argumentan Goodhar y Pradhan, es que los trabajadores pedirán a sus empleadores que les incrementen sus salarios, para compensarles el impacto que esos aumentos de precios e impuestos tendrán en su poder adquisitivo, y para ello harán uso de la mayor capacidad de negociación que tendrán en ese momento.
En resumen, según Goodhart y Pradhan la contracción de la fuerza de trabajo local, un incremento de la demanda de trabajadores para llevar a cabo tareas no automatizables ni deslocalizables, una creciente oposición a los movimientos migratorios y a la deslocalización, y subidas de impuestos, forman la combinación a través de la cual el envejecimiento de la población, y el consiguiente aumento de las tasas de dependencia en las economías avanzadas, pueden poner fin a décadas de salarios bajos e incluso a revertir la desigualdad que han sufrido nuestras sociedades en las últimas décadas.
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