Creo que esta historia que me contaron hace poco refleja muy bien nuestra tendencia natural a reafirmar la visión que cada uno tenemos de nosotros mismos y a resistirnos a aceptar cualquier feedback que no coincide con esa visión, o a interpretarlo de manera que confirme nuestras opiniones.
El protagonista de la historia es un interno en un centro psiquiátrico que estaba convencido de que era un muerto. Un médico decidió hablar con él para demostrarle que estaba vivo. Empezó a preguntarle por las cosas que diferencian a los muertos de los vivos:
«¿Los muertos pueden hablar?», preguntó el médico. «Sí que pueden», contestó el enfermo.
«¿Respiran?» le dijo el doctor. «Por supuesto», afirmó el paciente.
El médico tenía la sensación de que aquello no avanzaba cuando se le ocurrió preguntar: «¿Los muertos sangran?». «No, los muertos no sangran», respondió el enfermo.
El doctor estaba entusiasmado con esa respuesta, podía ser la clave para hacerle entender a su paciente de una vez por todas que no era un muerto. Buscó una pequeña aguja, tomó la mano del hombre y le pinchó en un dedo. Brotó una gota de sangre. El paciente miró la sangre con cara de asombro. Acto seguido miró al psiquiatra y le dijo:
«Gracias doctor, por hacerme ver que no estaba en lo cierto… Gracias por demostrarme que los muertos sí sangran».
es verdad