Hace unas semanas Tino Fernández escribía en Expansión sobre lo difícil que resulta gestionar una plantilla de «prima donnas». Explicaba que no es raro que una empresa decida prescindir de alguien que consigue buenos resultados, que incluso es considerado una estrella, pero que no se adapta a las normas de la organización, o es incapaz de trabajar en equipo. Ponía como ejemplo el caso de Randy Moss, jugador de fútbol americano considerado el mejor receiver de la historia de este deporte, pero que ha ido de un equipo a otro ante su falta de encaje en los diferentes conjuntos en los que ha jugado.
Y es cierto, muchas veces los egos de algunos «empleados estrella» son tan fuertes que chocan con las reglas, la cultura, o la forma de entender el mundo de sus colaboradores, sus compañeros, o los líderes de la empresa, cuando en una economía del conocimiento principalmente hacen falta personas que posean el espíritu de colaboración y las habilidades interpersonales de los que depende la inteligencia colectiva y, en último término, la competitividad de la organización en un entorno en cambio continuo.
Volviendo a los ejemplos del mundo del deporte, ese es el motivo por el que más que intentar fichar gente como Randy Moss, hoy en día las empresas empiezan a preocuparse de identificar y captar a personas como Shane Courtney Battier, un jugador de la NBA del que ya hablamos hace unos meses en este blog, un jugador que consideraríamos mediocre si atendemos únicamente a los indicadores que habitualmente se utilizan para medir el rendimiento de los profesionales del baloncesto, pero cuya presencia en la cancha tiene un impacto positivo en el rendimiento de sus compañeros. Una cualidad que los Houston Rockets – el equipo donde juega desde 2006- fueron capaces de detectar, cuantificar y reconocer.
Ahora bien, esto no quiere decir que las empresas no necesiten estrellas. También hacen falta, y hay circunstancias en que resultan imprescindibles. Aunque también es verdad que, a menudo, quienes les fichan no se paran a pensar si quienes van a ser sus jefes están suficientemente capacitados para gestionar este tipo de personalidades, o la organización suficientemente preparada para asimilarlas. O en qué medida los comportamientos y valores de esos individuos encajan con la cultura de la compañía.
Dirigir un grupo de estrellas no es nada fácil, y si no que se lo pregunten a algunos entrenadores de equipos deportivos que se enfrentan a ese reto a diario. La buena noticia es que tampoco es imposible.