De la época de la gestión del conocimiento hemos pasado a la era de la inteligencia colectiva y el aprendizaje social. Empezamos a darnos cuenta de la importancia que tiene la colaboración y la inteligencia relacional de las personas en el aprendizaje de las organizaciones y en su adaptabilidad a un entorno turbulento. Cada día conocemos nuevos casos de empresas que ponen en marcha entornos de aprendizaje colaborativo que replican la experiencia de usuario de los medios sociales 2.0. A través de estas plataformas los empleados de esas compañías comparten conocimientos, experiencias, y se ayudan unos a otros, y de esta forma consiguen responder más eficazmente a los desafíos a que se enfrentan en su trabajo.
Sin embargo, la realidad se empeña en recordarnos que, para un gran número de empresas, la situación es muy diferente. Muchas de ellas apenas aprovechan una pequeña fracción del potencial de sus personas, y otras directamente ignoran cuál es ese potencial. Y no es un problema de contar o no con unas determinadas herramientas tecnológicas, que hoy en día es algo que se puede conseguir con una inversión ridícula, sino una cuestión de actitud.
Una actitud que hace que las empresas no indaguen en el talento que poseen sus personas, no se preocupen de poner en valor ese potencial, no reconozcan suficientemente las nuevas ideas que pueden aportar, o incluso que haya compañías donde sus empleados miran mal a cualquier compañero que se le ocurra «destacar» sugiriendo una mejora.
Una actitud que también se refleja en esos silos estancos de los que hablábamos en anteriores entradas, y en culturas empresariales donde hasta las más pequeñas decisiones están centralizadas en su cúpula y a las personas “no se les paga para que piensen”. Culturas donde la comunicación es muy escasa y las opiniones divergentes son castigadas.
Organizaciones que, en ocasiones, siguen aplicando fórmulas que les han llevado al éxito en el pasado, sin cuestionarse en qué medida esas fórmulas van a seguir funcionando en el futuro. Organizaciones donde, aunque se hable mucho, se conversa poco, y se aprende todavía menos.