Este post está inspirado en una interesante conversación que tuve ayer con Astrid Moix, experta en gestión de personas en entornos multiculturales.
Las empresas multinacionales extienden sus redes por todo el planeta. En cualquier gran ciudad de cualquier continente podemos comprar ropa en Zara, Mango o H&M, podemos comer en McDonald’s, tomar café en Starbuck’s, o ver el último estreno de Hollywood. El inglés se ha impuesto como la “lingua franca” de los negocios internacionales. En este contexto, muchos directivos –y muchas organizaciones– se dejan engañar por esa globalización superficial y se comportan como si las diferencias culturales ya no fuesen relevantes y las mismas pautas de conducta y comunicación pudiesen funcionar en cualquier lugar y con cualquier individuo.
Pero la realidad es tozuda y este tipo de actitudes son una fuente de continuos malentendidos en un mundo donde las inversiones transfronterizas, el comercio internacional, la conectividad tecnológica, el trabajo remoto y los flujos de trabajadores e información entre países se han multiplicado, y con ellos las interacciones entre personas de culturas diferentes.
El problema añadido es que, al tiempo que el entorno cultural se vuelve más diverso, complejo y cambiante, las diferencias culturales resultan menos evidentes que antes. Qué una persona hable un cierto idioma, tenga unos rasgos concretos, o posea el pasaporte de un país no implica que esa persona tenga una determinada cultura. Esto es así hasta el punto que una pregunta aparentemente unívoca como «¿de dónde eres?» ha dejado de serlo. Hoy esa pregunta puede interpretarse de varias maneras: «¿dónde has nacido?», «¿dónde has sido educado?», «¿de dónde es originaria tu(s) familia(s)?», «¿cuál es tu nacionalidad?», o «¿dónde vives?», con lo que las contestaciones pueden ser muy diferentes según lo que entienda nuestro interlocutor, cuando hace medio siglo, al menos en muchos lugares de la vieja Europa, lo más probable es que las respuestas a todas esas preguntas hubiesen sido la misma.
En un escenario así, donde es difícil saber qué peso tiene cada uno de los «ingredientes» que conforman la identidad cultural de un individuo, la capacidad de relacionarse y trabajar eficazmente con personas de diferentes culturas debería ser una cualidad muy demandada en el mercado de empleo. Sin embargo, en la práctica resulta frustrante comprobar la escasa atención que, en general, las empresas prestan a este tipo de cuestiones. Sobre todo para los que pensamos que esa diversidad representa una oportunidad de enfrentarse a la realidad de una forma única, nueva y creativa.
La vida es curva
http://juliomartinpaino.blogspot.com.es/2012/02/la-vida-es-curva.html
Hola Santi,
Lo has resumido muy bien; la globalización uniformiza los comportamientos y eso hace que nos sea todavía más difícil descubrir lo que subyace por debajo. Puede que desde Tokio hasta San Francisco, la gente compre en Zara o se tome un capuccino en Starbucks, pero seguramente le dan un significado distinto. Y esos son ejemplos banales, pero si nos centramos en el entorno profesional veremos que cuestiones como lo que espera o no de un líder, la actitud ante el riesgo o los procesos de toma de decisiones, tienen importante componente cultural que es resultado de factores educativos, históricos y hasta religiosos.
La verdadera interculturalidad implica, por definición, interacción. No hay una única o mejor forma de dirigir y la parte positiva de la globalización es que nos permite acceder a valores diversos, combinarlos y comprobar que existen otras formas de hacer negocios que pueden ser tanto o más exitosas que las nuestras.
Gracias por la referencia y un saludo,