Si envías a un humano a hacer el trabajo de una máquina muy probablemente el humano lo hará peor. Aparte de las limitaciones físicas y cognitivas propias de los miembros de nuestra especie, nos encontraremos con el riesgo de que sucedan “errores humanos”, además de una mayor variabilidad en la productividad y en la calidad del trabajo.
Lo explicaba recientemente Enrique Dans en un post donde comentaba el caso de Uber, que ha decidido controlar el “estilo al volante” de sus conductores a través del acelerómetro, el giroscopio y el GPS de sus teléfonos. Un método que permitirá a esta empresa ahorrarse discusiones con sus usuarios basadas en percepciones subjetivas sobre si la conducción de sus chóferes es más o menos brusca. Una solución que podría servir en el futuro para estandarizar la forma en que sus conductores manejan sus vehículos y que, en segunda derivada, puede ayudar a Uber a definir el algoritmo con que programará los taxis sin conductor que pondrá en circulación tan pronto como le dejen. Un algoritmo que, puestos a imaginar, podría dar a los usuarios del servicio la posibilidad de elegir el estilo de conducción que mejor se ajuste a sus preferencias: sport, paseo, etc.
No obstante, hay un problema aun mayor que no podemos obviar, y es que realizar “trabajos de máquinas” es perjudicial para las personas.
Para empezar, en un trabajo de ese tipo una persona difícilmente va a encontrar oportunidades de poner en práctica y desarrollar alguna de las capacidades que, según el Foro Económico Mundial, van a ser las más demandadas en el mercado de empleo en 2020:
1. Resolución de problemas complejos
2. Pensamiento crítico
3. Creatividad
4. Gestión de personas
5. Coordinación con otros
6. Inteligencia emocional
7. Juicio y toma de decisiones
8. Orientación al servicio
9. Negociación
10. Flexibilidad cognitiva
[Aprovecho para destacar que “Control de calidad”, que ocupaba el sexto puesto en el ranking de las competencias más demandas en 2015, ha desaparecido de la lista]
En consecuencia, realizar un “trabajo de máquinas” puede provocar un estancamiento en el desarrollo profesional de la persona y una merma de su empleabilidad, lo que resulta extremadamente arriesgado en un mercado laboral tan volátil como el actual.
Pensemos, además, en como se va a sentir ese individuo, que sabe que en cualquier momento puede ser sustituido por una solución tecnológica, y que no puede poner en juego ninguna de esas cualidades que son, precisamente, las que nos diferencian de una máquina. ¿En qué medida ese trabajo va a contribuir en algo a su crecimiento y realización como persona?
Sin embargo, la realidad es que, a pesar de todos estos inconvenientes, mucha gente sigue realizando trabajos que hoy en día podrían hacer máquinas. ¿Por qué sucede esto?
Aparte de que algunas empresas despistadas no se han enterado que el dominio de los trabajos no automatizables se ha reducido significativamente en la última década, puede haber razones de más peso que justifiquen que ciertos “trabajos de máquinas” los sigan haciendo humanos.
A veces puede ser un motivo económico. Es posible que resulte más barato que un trabajo lo realice una persona en lugar de hacerlo una máquina, aun cuando exista la tecnología para automatizarlo. Por ejemplo, es significativo que varias cadenas de comida rápida comenzaran a instalar máquinas de autoservicio en sus restaurantes en Estados Unidos el año pasado, mucho más tarde que en otros países, justo cuando empezaron a circular rumores de un posible aumento de los salarios mínimos en el sector.
También puede haber razones de índole social. Especialmente cuando las tasas de desempleo son elevadas, o cuando se trata de perfiles que no son fáciles de reciclar para adaptarlos a lo que demanda (o demandará) el mercado de trabajo. En esos casos, realizar un trabajo, aunque sea propio “de máquinas”, puede ser preferible a quedarse en casa viviendo de subvenciones. Podríamos pues concluir que, aunque en general resulta deshumanizante, en ciertas circunstancias es humano dejar que humanos hagan trabajos “de máquinas”.
Sin embargo, puestos a hablar de deshumanización del trabajo, hay un fenómeno que a mi parecer es bastante peor que personas hagan trabajos propios de máquinas: el caso de los profesionales que, consciente o inconscientemente, realizan trabajos «de personas» como si fuesen máquinas.
Es, por ejemplo, lo que les sucede a muchos directivos que en este mundo supercuantificado en que vivimos acaban gestionando sus organizaciones exclusivamente a través de fríos tableros de mando. Lo explica magistralmente Simon Sinek en una popular charla TED: Hoy son muchos los dirigentes empresariales que pierden de vista que las organizaciones están compuestas de unos animales sociales que durante milenios hemos buscado juntarnos en comunidades, y gestionan sus compañías desde una pantalla, como quien ve la televisión y cambia de canal con un mando a distancia. El inconveniente es que cuanto más gestionamos a través de pantallas menos sentimos el impacto de nuestras decisiones en las personas que componen la organización y más inhumanas son nuestras acciones. Y es que, tal como concluye Sinek, la tecnología es fantástica para establecer conexiones, intercambiar información o llevar a cabo transacciones, pero fatal para crear relaciones interpersonales…
Y es una pena, porque deberíamos aprovechar el progreso tecnológico para impulsar justo el fenómeno contrario. Como argumenta el profesor del MIT David Autor en su artículo «Why Are There Still So Many Jobs? The History and Future of Workplace Automation« la automatización debería liberarnos de aquellas tareas más rutinarias y menos enriquecedoras y permitirnos, a cambio, centrarnos en aplicar a nuestro trabajo nuestra capacidad de resolución de problemas, nuestra creatividad, nuestras habilidades interpersonales y otras cualidades genuinamente humanas, para hacer de esta combinación entre automatización y humanidad la «fórmula secreta» que diferencie a nuestras empresas de sus competidores.
Una “rehumanización” del trabajo que nuestra sociedad necesita desesperadamente, y pide a gritos.
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