En un mundo hiperconectado el tiempo durante el cual una nueva tecnología representa una ventaja competitiva se acorta. Para escapar de este proceso de “comoditización”, las empresas necesitan no solo innovar en los productos y servicios que ofrecen a sus clientes, sino también adoptar nuevos modelos de negocio, fórmulas organizativas y prácticas de gestión innovadoras que les permitan adaptarse con éxito a un entorno volátil, complejo e imprevisible; mientras que las personas se enfrentan a la necesidad de reciclarse de manera continua para preservar su empleabilidad. Como dice Harold Jarche, hoy el trabajo es aprendizaje y el aprendizaje es trabajo.
Aun así, en la vida de las organizaciones es frecuente encontrarnos con cambios tecnológicos y organizativos que vuelven innecesario el trabajo desempeñado hasta ese momento por personas que, por desgracia, no siempre es posible reubicar en otro lugar de la empresa. Hasta ahora la propia dinámica del mercado iba corrigiendo esos episodios de “desempleo tecnológico” conforme la mayor productividad derivada de los avances tecnológicos se traducía en incrementos de la producción, o en nuevas actividades que acababan generando empleos para quienes en un primer momento habían perdido su trabajo, o al menos para un número equivalente de personas. Sin embargo, desde finales del siglo pasado se multiplican las voces de quienes, como Jeremy Rifkin en The End of Work, anuncian el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad en la que harán falta menos personas para producir los bienes y servicios que necesita la población mundial.
Lo cierto es que a raíz de la revolución digital se están produciendo algunos cambios que hacen pensar que vamos en esa dirección. Por ejemplo:
Primero. Aunque surgen nuevas profesiones que hace un par de décadas no podíamos imaginar que un día existirían (experto SEM, community manager, analista de métricas web, etc.), los avances tecnológicos reducen el número de personas que las empresas necesitan para ejecutar sus procesos de negocio mucho más rápidamente de lo que crece el empleo en esas nuevas ocupaciones.
Segundo. Menores costes de transacción permiten a las empresas sacar adelante más trabajo con estructuras más pequeñas y ligeras. Como señala Clay Shirky en Here Comes Everybody los modelos organizativos tradicionales que emplean la mayoría de empresas no son otra cosa que la solución menos mala para facilitar la acción colectiva en un escenario de costes de transacción elevados. Sin embargo, las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones han reducido notablemente esos costes, con lo que hoy es posible coordinar grandes grupos para realizar trabajos complejos sin necesidad de pesadas estructuras jerárquicas.
Tercero. Hemos descubierto que replicar el pensamiento inteligente y racional del ser humano a través de sistemas de inteligencia artificial (IA) es mucho más sencillo que reproducir las habilidades sensoriales y motoras mediante las cuales, por ejemplo, un niño de cuatro años es capaz de reconocer una cara, o utilizar un lápiz -la llamada paradoja de Moravec-. Por este motivo, tal como explica Steven Pinker en The Language Instinct, profesiones tradicionalmente consideradas de más “nivel” e inmunes a ser reemplazadas por una máquina, como analistas bursátiles, asesores legales o ingenieros petroquímicos, están mucho más amenazadas por la llegada de nuevas soluciones de inteligencia artificial que aquellas otras que combinan coordinación física y percepción sensorial, como puede ser el trabajo de un peluquero, un jardinero, o un cocinero. Aunque nadie debería echar las campanas al vuelo. Sirva como aviso a navegantes la reciente noticia de que en el Estado de California se está tramitando un proyecto de ley para regularizar la circulación de vehículos sin conductor por sus carreteras…
Pero es que, además, a raíz de la crisis económica, muchas empresas se han dado cuenta de que pueden hacer mucha más actividad de la que podían imaginar con menos personas. De hecho, en Estados Unidos, donde se supone ya están saliendo de la crisis, se encuentran con que el valor de los bienes y servicios producidos por cada hora trabajada está aumentando muy por encima de lo que crece el total de horas trabajadas.
La verdad es que el panorama es inquietante, o excitante, según se mire. En cualquier caso, se entiende que haya a quienes les entren tentaciones de emular a los integrantes del movimiento “ludita” que, a principios del S. XIX, ante el temor a quedarse para siempre sin empleo como consecuencia de la incipiente mecanización de algunos procesos productivos en la industria textil, se dedicaban a sabotear las máquinas que instalaban los empresarios.
Personalmente creo, como Paul Romer, que cada generación subestima su capacidad de encontrar nuevas ideas y soluciones, y que la nuestra no constituye una excepción a esta regla. Me inclino a pensar que, tal como sugieren Brynjolfsson y McAfee en Race Against the Machine, si nos ponemos a ello encontraremos fórmulas creativas que nos permitirán, en lugar de competir contra las máquinas, explorar junto a ellas las oportunidades que se esconden más allá de la frontera que ahora estamos cruzando. Propuestas no faltan. Pero es cuestión de ponerse, no de lamentarse, ni de esperar que «alguien» venga a sacarnos las castañas del fuego.