Peter Cappelli, profesor de Wharton, exponía recientemente en HR Executive Online su punto de vista sobre si la función de Recursos Humanos debería o no considerarse una profesión.
Su explicación me llamó la atención, porque últimamente escucho a muchos directivos de esta área refiriéndose a sí mismos como «profesionales» de los Recursos Humanos, al tiempo que se multiplican los foros en los que se debate sobre la evolución o avance de la «profesión» de RR.HH.
Como señala Cappelli, puede que haya personas que hablen de Recursos Humanos como una «profesión» para dar importancia a la función, pero, en realidad, que una ocupación sea una profesión supone otra cosa. Significa que quienes ejercen dicha actividad lo hacen sujetos a unas normas, estándares, principios y responsabilidades que trascienden las particularidades de su trabajo para una organización concreta. Lo que, sin duda, tiene ventajas. Sin embargo, si de lo que se trata es de reivindicar el potencial estratégico de la función de RR.HH. para las organizaciones, que esta función sea considerada una profesión no es una gran ayuda.
Pensémoslo un momento. Un abogado, un médico, o un auditor son profesionales cuyo comportamiento se rige por estándares profesionales más o menos estrictos. Los altos dirigentes de una empresa, en cambio, no pertenecen a una «profesión» en sentido estricto. Por supuesto que los ejecutivos deben respetar principios éticos y morales -en realidad como debería hacerlo cualquier persona-, pero la calidad de sus decisiones dependerá, en último término, de como estas decisiones encajan con la situación de negocio en la que se toman y de sus consecuencias a más largo plazo. En otras palabras, la decisión correcta del máximo ejecutivo de una empresa será la que más valor añada al conjunto de stakeholders de la organización en el particular contexto en que aquella se produce, y teniendo en cuenta no solo los resultados de la decisión a corto término.
Pues esto justo es lo que hacen los directivos del área de RR.HH. que logran posicionarse y ser reconocidos como verdaderos socios estratégicos de la alta dirección de sus empresas. No suelen ser personas que para justificar sus decisiones se amparan en «mejores prácticas», o en las últimas tendencias de la literatura académica, sino que, en un momento dado, son capaces de olvidarse de los dictados de «la profesión» para decantarse por las decisiones que más valor añaden a su organización atendiendo a sus circunstancias concretas.
Imagen Sergio Santos bajo licencia Creative Commons