El viernes de la semana pasada tuve la oportunidad de participar en La Coruña en la Conferencia Internacional sobre Felicidad en el Trabajo que cada año organiza Aedipe Galicia. Mi enhorabuena a los organizadores.
Puede que haya a quien todavía le suene raro asociar ambos términos —felicidad y trabajo— en una conferencia, pero lo cierto es que desde hace un tiempo observamos en las empresas con que nos relacionamos una preocupación creciente por el bienestar o la felicidad de sus personas.
Y que conste que no estamos hablando de una preocupación «buenista», o «paternalista», sino que en la mayoría de los casos este interés viene motivado por el impacto que esa dimensión de las personas —su felicidad— puede tener en la eficiencia y la competitividad de la organización.
A esto contribuyen nuevos estudios científicos que confirman la existencia de correlaciones entre la felicidad de las personas y otras variables tales como su compromiso, su intención de permanecer en la organización, su absentismo, su creatividad, o su rendimiento en general.
En este sentido Reuven Bar-On, un piscólogo israelí padre del que quizá sea el modelo de inteligencia emocional más completo de los varios desarrollados hasta la fecha, nos argumentaba la estrecha relación que existe entre felicidad y este tipo de inteligencia, y como ambos factores influyen sobre el rendimiento de las personas.
Aunque, desde nuestro punto de vista, el factor que más impulsa ese creciente interés de las organizaciones por la felicidad de sus personas no es tanto la literatura científica como el nuevo escenario competitivo al que se enfrentan las empresas. Como se suele decir: «a la fuerza ahorcan».
Ya no se trata de discutir o demostrar en qué medida la felicidad de una persona explica su rendimiento. Para muchos saber que influye es suficiente. Las empresas operan en escenarios volátiles, inciertos e hipercompetitivos y no se pueden permitir el lujo de dejar ninguna variable suelta.
Pese a todo, tal como nos explicaba Santiago Vázquez, director de personas de R Cable y Telecomunicaciones y uno de los impulsores de la conferencia, todavía hay muchos directivos y empresarios que piensan que las emociones de las personas —entre ellas su felicidad— son algo que no les incumbe, al menos en tanto no les supongan un problema…
Quienes así actúan son prisioneros de los paradigmas propios de un modelo heredado de la Revolución Industrial donde las compañías solo esperaban de sus trabajadores que fuesen diestros en su trabajo y que no diesen problemas, y donde personas y resultados eran prácticamente conceptos antagónicos.
Pero en la economía de la creatividad y el conocimiento esta forma de entender las relaciones entre las organizaciones y las personas que trabajan para ellas resulta insuficiente y empobrecedora.
Hoy los mercados son más dinámicos, globales y transparentes. Todo sucede mucho más rápido y, en consecuencia, la competitividad de más empresas depende de su capacidad de innovación y su agilidad organizativa.
Sin embargo las empresas se encuentran también con que estas cualidades de la organización—innovación y agilidad— no son algo que puedan imponer o comprar sus dirigentes, sino que, para lograrlas, éstos necesitan contar con la creatividad, la iniciativa, la flexibilidad y la capacidad relacional de un mayor número de colaboradores.
Como resulta que la forma en que las personas aplican a su trabajo ese tipo de capacidades depende en gran medida de cuál es su estado emocional, de ahí que más empresas empiecen —o debieran empezar— a mostrar interés por la felicidad de sus colaboradores.
Simplemente porque se juegan mucho.
Imagen Juan Lois bajo licencia Creative Commons